Leyendas del llano


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MITOS Y LEYENDAS LLANERAS.

Iniciamos con nuestra serie de mitos y leyendas trayéndoles la leyenda más famosa de Llano, Florentino y el La mítica leyenda llanera, donde la lucha constante entre el bien y el mal forma parte de las contradicciones del ser humano. La leyenda cuenta que Florentino fue un coplero que doblegó al demonio con sus versos y le ganó en un contrapunteo enviándolo de regreso al infierno.  Florentino era un hombre el cual no sentía miedo, un gran conocedor del llano y de sus atajos.

1.    La leyenda de Florentino y el diablo

En las vastas sábanas del llano, donde el horizonte se pierde entre el verde la llanura y el cielo ardiente, cabalga Florentino, un llanero de piel curtida por el sol, ojos vivos y corazón indomable. Lo llaman catire quitapesares, porque sus coplas alegran los joropos y apagan las penas de quienes lo escuchan. Es un hombre de palabra filosa, maestro del contrapunteo, jinete sin igual y domador de potros salvajes. Su cuatro resuena como un eco del alma llanera y su voz lleva la fuerza del Orinoco. Una noche de luna llena, en los caminos polvorientos que llevan a Santa Inés, Florentino cabalgaba rumbo a un joropo. El aire huele a hierba húmeda y el canto de los grillos acompaña el trote de su caballo. Pero algo no está bien. Una sombra lo sigue. Al principio es solo un presentimiento. El crujir de las ramas, un relincho lejano, un escalofrío que no explica el viento fresco. Florentino, siempre alerta, aprieta las riendas y mira atrás. Allí, a lo lejos, un jinete vestido de negro lo persigue montando en un caballo que parece flotar sobre la tierra. Sus ojos brillan como brasas y su risa corta el silencio como un cuchillo. El misterioso jinete se acerca y con una voz que parece surgir de las profundidades reta Florentino. Soy el llanero. Vengo por tu alma, dice mostrando una sonrisa que hiela la sangre. Pero soy justo. Te ofrezco un duelo, un contrapunteo. Si me vences, te dejo libre. Si pierdes, tu alma será mía para siempre. Florentino, con el orgullo del llanero y la fe en su pecho, acepta sin dudar que suene el arpa y que el ya no sea testigo. Responde demostrando con la misma gallardía que enfrenta un toro bravo en un claro bajo las estrellas. Se reúnen músicos con sus instrumentos, un arpa que llora, un cuatro que canta y maracas que marcan el ritmo del duelo. La gente del joropo, al sentir la atención se agrupa en silencio, como si supiera que algo sobrenatural está por ocurrir. El contrapunteo comienza y el aire se carga de magia y peligro. Florentino abre con una copla que pinta al llano.  Canta al río que corre, al ganado que brama, a la garza que vuela. Su voz es clara. su un ingenio rápido. El responde con versos oscuros, llenos de enigma e ilusiones al miedo, la muerte y el poder del infierno. Cada copla es un golpe, cada verso un desafío. Florentino alaba la tierra y la vida. El con Sorna, habla de la fragilidad humana y el dominio sobre las almas perdidas. Las horas pasan, la noche se espesa, los músicos empapados en sudor tocan sin parar como si su día dependiera de ello. Florentino siente el peso del cansancio, pero su espíritu no sede. El astuto intenta confundirlo con acertijos y provocaciones, recordándole que nadie lo ha vencido. Llanero que tu voz ya tiembla, se burla. Pero Florentino con la picardía del que conoce el llano, responde con sus coplas que celebran la resistencia, la fe y el amor por su tierra. Cuando la noche está en su punto más oscuro y Florentino parece flaquear, un gallo canta a lo lejos. El alba se aproxima. El furioso redobla sus esfuerzos. Sus versos ahora son truenos. Su voz es un rugido que hace temblar a los presentes, pero Florentino tocando por una chispa divina, recuerda a su madre, a su pueblo y a la cruz que lleva en el pecho. En el último verso, alza la voz, canta a las tres divinas personas invocando el poder de la fe. Por el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, te venzo, Este canto, el cielo se ilumina con los primeros rayos del sol.  El derrotado por la luz y la fe de Florentino, suelta un alarido que sacude el llano. Su figura se desvanece en una nube de polvo y azufre, dejando tras de sí un silencio roto solo por el canto del gallo y el mormullo del viento. Los músicos exhaustos bajan sus instrumentos. La gente atónita aclama a Florentino, pero él con la mirada perdida no celebra. monta su caballo y se aleja en silencio.  Dicen que nunca más se le oyó cantar, como si en el duelo con él hubiera llevado una parte de su alma.

Autor: Alberto Arvelo Torrealba 

2.     La Llorona

En los Llanos, donde el Cravo canta,
cerca del Meta, en su abrazo de agua santa,
vivía Alicia, de mirada encendida,
belleza llanera, de pasión ardida.

Con sus padres, bajo palmares del viento,
tejió su destino en un fugaz momento.
José, de ojos dulces y engaño,
juró amor eterno, promesas al alba.

Bajo el sol ardiente, su amor floreció,
en susurros suaves, la noche los unió.
Mas un hijo llegó, fruto de su ardor,
y el vil canalla huyó, dejando su dolor.

Sola, Alicia, con el peso del honor,
en la orilla del Cravo lloró su clamor.
En un acto de sombra, de furia y quebranto,
sumergió a su pequeño en el río, apagando su llanto.

El remordimiento la atrapó sin fin,
su alma condenada no halla su confín.
Alicia, La Llorona, de blanco vestida,
vaga por los caños, su paz ya perdida.

Por el Cravo y el Meta, su lamento resuena,
mezcla de agua y viento, su voz no se frena.
Persigue a los hombres traicioneros con furia,
y busca a su hijo, perdido en la penuria.

En noches de luna, en la Semana Santa,
su grito en pueblos y veredas resuena y encanta.
Espectro de duelo, con cabello sombrío,
seduce y castiga al que rompe el amorío.

En los esteros, donde la sabana es reina,
Alicia, La Llorona, lleva su cadena.
Advierte al llanero, con su eco profundo,
que el amor traicionado desgarra el mundo.

Adaptación de la historia: Juan Manuel Naranjo

 

3.    Poema de la tarde y la bola de fuego

La tarde viene agonizando.
En el horizonte, un punto rojizo a la distancia
avisa la presencia
de la bola de fuego en la llanura,
con los últimos destellos del sol en el ocaso.

Juan juega con los niños en el caño,
bajo el cielo que se tiñe de sangre.
Un grito corta el aire:
"¡Juan, la bola de fuego te matará!"
Despavorido, huye al fundo,
se encierra en un cuarto,
tranca puertas y ventanas,
se hunde en cobijas,
llorando sin fin.

Afuera, los niños cantan,
crueles y alegres en su coro:
"¡Juan, la bola de fuego te va a matar!"

Entre el miedo y la curiosidad,
Juan mira por la rendija de la ventana.
Allí, en el tranquero,
brilla la bola de fuego,
quieta, ardiente,
un presagio en la llanura.
Permanece un tiempo,
hasta que toma el camino real,
de Tilo a Morichal,
desvaneciéndose en la penumbra.

Y cuando la sombra se traga el fulgor,
Juan, tembloroso, abre la puerta.
lo llama, los niños lo esperan.
Con pasos ligeros, vuelve a jugar,
bajo un cielo que ya no sangra,
donde la risa borra el temor.

Autor: Juan Manuel Naranjo

 

4.     El Silbón

En un rancho sabanero,

vivía Juan con su familia:

su madre, su padre, su abuelo,

mimado desde niño, sin humildad.

 

Creció fuerte, altivo y soberbio,

como poseído por un demonio.

Hambriento, con furia exigía

comida a su padre, sin razón.

 

Mandó a su padre por un venado;

amoroso, él salió a cazar.

Mas la noche no trajo presa,

y Juan, al verlo regresar sin nada,

 

con la tranca del rancho en mano,

mató a su padre sin piedad.

Sacó sus entrañas, cruel y burlón,

y con ellas preparó la comida.

 

A su madre ofreció de cenar,

con risa macabra, sin honor.

Ella, sospechando el horror,

quedó aterrada al saber la verdad.

 

Con llanto y furia lo maldijo,

condenándolo a vagar sin fin.

El abuelo, en cólera ardiente,

lo amarró a un palo en la noche.

 

Azotó su espalda, desgarró su piel,

untó ají y alcohol con violencia.

Desde entonces, su alma en pena

carga los huesos de su padre.

 

Un perro lo sigue sin descanso,

tormento eterno de su maldad.

Silbón, Silbón, al caer la noche,

persigue a hombres mujeriegos,

 

entregados al licor y la pasión.

Recorre en sombras los parajes,

entona el do, re, mi, fa, sol, la, sí.

Un lamento que hiela la noche:

 

lejos, su silbido es fuerte y vil;

cuando más cerca está el Silbón,

acechando en el palmar.

Adaptación de la historia: Juan Manuel Naranjo

 

 

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