¿Hasta dónde tenemos que llegar?
Esta semana, los acontecimientos
en el Congreso de la República dejaron en evidencia una cruda realidad: como
sociedad, parecemos valer muy poco. Mediante triquiñuelas, artimañas y
maniobras políticas, se lograron objetivos que, aunque ingeniosos, nos llevan a
preguntarnos: ¿en qué nos beneficia como sociedad civilizada este tipo de
jugadas? ¿Hemos madurado como colectivo o seguimos atrapados en posiciones
retrógradas que nos impiden llegar a acuerdos para construir país?
El desafío de construir consensos
No se trata de colores políticos,
sino de legislar en beneficio de la colectividad, sin ceder a caprichos,
discursos incendiarios o intereses de grandes empresarios que buscan moldear
las leyes a su conveniencia. La pregunta clave es: ¿quién tiene la verdad
absoluta? Nadie. En un país diverso como el nuestro, el consenso debe primar,
guiado por la racionalidad. De lo contrario, seguiremos atrapados en una guerra
absurda, matándonos unos a otros para demostrar quién tiene la razón o el
poder.
No se trata de polarizar, sino de
actuar desde un pensamiento colectivo que priorice el bienestar común, lejos de
agitadores que alimentan su ego con el caos. Para lograrlo, actores como la
academia, la iglesia y líderes sociales independientes deben intervenir, proponiendo
posturas equilibradas, propositivas y constructivas que el país necesita con
urgencia.
Una sociedad en evolución
Las sociedades evolucionan
aprendiendo de sus errores. Como reza el dicho, “una sociedad que no conoce su
historia está condenada a repetirla”. Quienes tenemos conocimiento debemos
orientar tanto a quienes gobiernan como a quienes hacen oposición, no para
defender intereses mezquinos, sino para buscar un equilibrio entre un Estado
viable y un sector privado sostenible.
No se trata de quién tiene la
razón, sino de construir bajo los principios de confianza, solidaridad y
pensamiento colectivo. Debemos reemplazar el mezquino “yo” por el incluyente
“nosotros”, avanzando con un solo propósito: un país que beneficie a todos, con
equidad social.
Una lucha por el bien común
Esta no es una lucha entre ricos
y pobres, sino entre lo que es bueno y lo que es malo para la sociedad
colombiana. No defiendo ni al presidente Petro ni a la oposición, porque los
extremos son igualmente perjudiciales. Mi defensa es por los intereses del
país, no por figuras egocéntricas que creen que sin ellas no hay futuro,
alimentándose de seguidores apasionados que no leen ni analizan los proyectos
de ley que se debaten en el Congreso.
Un llamado a la acción
Como líder de opinión, invito a
la academia, a los intelectuales y a los grupos sociales a proponer una salida
negociada entre el gobierno y la oposición. Necesitamos un consenso nacional
donde ambas partes hagan concesiones, no para que haya un ganador, sino para
que el país sea el verdadero beneficiado. Es hora de dejar atrás las posturas
inflexibles y trabajar juntos por un futuro basado en la equidad y el bienestar
colectivo.
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