LA VERDAD SIEMPRE SALE A LA LUZ
Habían pasado meses desde que
me dieron los resultados de mi paternidad de Manolo, y todavía no me atrevía a
contarle la verdad a Amalia. Esa noche estábamos en el apartamento, y ella me
dijo:
—Guille, ¿y qué pasó con el ahijado? ¿Con la prueba de
paternidad? ¿Cuándo vamos a ser sus padrinos?
Me quedé un momento en silencio y le respondí:
—Amor, ¿y a qué viene la pregunta?
Me contestó:
—Es que hace mucho que no sé
nada del bebé, y cómo tú estabas ayudando a esa muchacha, Tatiana, con sus
diligencias, no me has vuelto a contar nada.
Para mis adentros, podía
deducir que algo sabía, y lo confirmé cuando me dijo que, en su última ida a
Bogotá, se había encontrado con Omar Abadía. Él le contó que la prueba de ADN
había salido negativa para la paternidad de Miguel, y que ahora nadie sabía
quién era el padre.
Le respondí:
—No te había contado nada porque, con tanto problema que
tenemos, no había quedado espacio.
Ella me miró fijamente y me preguntó:
—¿Y tú qué sabes del padre de ese niño? Porque muy parecido
a ti sí es.
Me quedé sumergido en un
silencio que ahogaba mi voz, hasta que me dijo en tono firme:
—Dime la verdad de una vez: ¿ese niño es tuyo?
Fue un momento tan difícil...
Reconocer mi infidelidad, mi traición, no solo a Amalia, sino también a Miguel.
Me miró con lágrimas en los ojos y me dijo:
—Eres un canalla, traidor, mentiroso, asolapado.
No sabía qué decirle. Si
reconocerle mi error o pedirle perdón. Ella lloraba desconsolada, repitiendo:
—Jamás pensé que me fueras a traicionar, y menos con una
cualquiera como Tatiana, que todo el mundo sabe que es una mujer de la vida
alegre.
Me preguntó por qué la había
traicionado. Se acercó a mí y me dio una fuerte cachetada en la mejilla,
mientras gritaba:
—¡Maldito traidor! ¡Lárgate, no te quiero ver más en mi
vida!
Sentí que mi mundo se hundía
en un lodazal de desesperanza y abandono, que todo lo que había construido se
derrumbaba. Me ahogaba en mis culpas y remordimientos, cuando volvió a aparecer
Amalia y me repitió:
—¡Te largas de mi vida, no te quiero volver a ver!
Le respondí:
—¿Pero a dónde me voy?
Ella replicó:
—No me importa, pero te vas tú, no yo.
La decisión de irme del
apartamento fue difícil. Me quedé pensando: “¿A dónde voy? ¿A un hotel? No,
porque la gente se daría cuenta de inmediato”. Entonces decidí llamar a
Mauricio, el bacteriólogo, para pedirle posada y poder desahogarme con él.
Tan pronto lo llamé, me contestó y me dijo:
—Claro que sí, mi amigo. Ven, que aquí en mi modesto hogar
hay espacio para ti.
Le conté todo lo sucedido con Amalia, y me dijo:
—Severo rollo en el que estás metido. La verdad, la
cagaste... y en grande.
No sabía cómo pedirle perdón a
Amalia ni cómo lograr que me perdonara por mi falta. Continué con mi rutina en
la clínica; ella estuvo una semana sin ir, y yo estaba realmente preocupado por
su ausencia. Trataba de comunicarme con la chica del servicio doméstico para
que me comentara cómo estaba Amalia.
Después de una semana, regresó
a la clínica, pero me evitaba a toda costa. Fue entonces cuando tomé la
decisión de viajar a Bogotá para adelantar unas gestiones ante las EPS. Estando
allí, sentí la obligación de visitar a mi hijo. Sin embargo, el número de
Tatiana estaba inactivo. Era normal en ella cambiar de número constantemente,
pero yo tenía la dirección donde vivía, así que fui hasta allí.
Me encontré en la casa con una
mujer adulta que cuidaba del niño. Le comenté que yo era el padre del menor, y
ella dijo:
—Gracias al cielo que
apareciste. Ya estaba a punto de entregar al bebé al Bienestar Familiar.
—¿Y Tatiana? —pregunté.
—Se fue hace tres meses para
México, y desde entonces no he recibido una llamada de ella. Solo me dejó algo de
dinero, que ya se está agotando. Es como si se la hubiera tragado la tierra; no
sé qué pasó con ella.
La mujer continuó:
—Qué bueno que apareciste tú,
para que te encargues del niño y de la casa, porque yo me voy. Tatiana es una
irresponsable. Imagínate irse sin volver a llamar, dejarlo totalmente
abandonado... o quién sabe si algo malo le pasó.
La casa donde vivían era
propiedad de la clínica; la había comprado exclusivamente para Tatiana y el
niño. Ahora me sentía abrumado con la noticia de su desaparición y, más aún,
con la responsabilidad de cuidar a un bebé, algo de lo que no tenía ni idea. Me
sentía acorralado por las circunstancias, como si todo se estuviera viniendo en
mi contra.
Le pedí a la mujer que me
acompañara esa tarde mientras pensaba qué hacer. Estuve allí toda la tarde
hasta que tomé la decisión de llevar al niño al apartamento de Bogotá.
La señora preparó la pañalera,
los teteros y me dio algunas recomendaciones. Se despidió del niño llorando, me
entregó las llaves y se fue.
Salí con el bebé en compañía
de mi conductor y el escolta. Al llegar al apartamento, me llevé la sorpresa de
encontrar a Amalia. Me miró y me dijo:
—¿Qué haces tú aquí? ¿Y por qué tienes a ese bebé? Me
imagino que también traes a la mamá.
Le respondí que no, y le conté
la historia. Ella, conmovida, miró al niño, quien le regaló una sonrisa que
doblegó su corazón. Lo traía en un coche para bebés, y ella lo sacó para
cargarlo.
El niño, de inmediato, intentó
buscar sus senos para amamantarse. Ella me dijo emocionada:
—Mira, igual que la primera vez.
Esa noche jugó con él, lo
arrulló hasta dormirlo y me pidió que la dejara dormir con él mientras le
compramos una cuna.
Al día siguiente, me sugirió
que interpusiera una demanda por abandono del niño por parte de la madre, para
obtener la custodia y que Tatiana perdiera la patria potestad. Fuimos a la
comisaría de familia en compañía de Amalia y Manolo, y pasamos toda la mañana
en esas diligencias. Ella se veía muy feliz con el niño.
Al salir, le comenté que debía
buscar otro lugar para quedarme en San Jacinto, porque no podía llegar a casa
de Mauricio con un nuevo inquilino. De inmediato, Amalia me dijo:
—Vuelve al apartamento, pero no pienses que te estoy
perdonando la canallada que me hiciste. Lo hago solo por el niño.
Decidimos quedarnos ese fin de
semana en Bogotá, compartiendo con el niño. Aprovechamos para ir de compras: De juguetes, ropa y todo lo necesario.
El domingo visitamos un centro
comercial. Al entrar en una de las tiendas, una de las empleadas nos recibió
diciendo:
—¡Qué linda familia!
A lo que Amalia respondió con una sonrisa:
—Gracias.
Al finalizar el día,
regresamos agotados por las compras. Amalia y Manolo dormían en la alcoba
principal mientras yo los observaba en silencio. Me preguntaba qué habría sido
de Tatiana. Miraba fijamente a Manolo: su inocencia, su ternura, lo frágil e
indefenso de su humanidad. Él desconocía toda la turbulencia que rodeaba su
corta existencia: el abandono de su madre. Pero también tenía un padre que lo
amaba y lo iba a proteger, y una madrastra dispuesta a asumir el rol de madre.
Sin embargo, el miedo de que Tatiana reapareciera para
reclamar sus derechos como madre me atormentaba. Sabía que eso también
afectaría a Amalia.
El lunes en la noche
regresamos a San Jacinto con un nuevo miembro en la familia. No habíamos
discutido cómo lo presentaríamos a los demás. Ese día, por casualidad, Rebeca
llegó al apartamento justo cuando estábamos entrando.
—Hija, ¿y ese bebé? —preguntó sorprendida.
Amalia respondió:
—Hola, madre.
Se saludaron y Amalia continuó:
—Espera, nos acomodamos y ya te cuento.
Mientras terminábamos de ingresar al apartamento, Amalia me
susurró al oído:
—No sé qué decirle a mi madre.
Le respondí:
—Déjamelo a mí.
Cuando salimos a la sala, Rebeca sostenía a Manolo en
brazos. Entonces le dije:
—Era un secreto que teníamos
guardado. Decidimos adoptar un bebé, y lo hicimos. Está precioso, pero se
notaba cierto malestar en su rostro. Luego se fue con el bebé al cuarto. Allí
habló con Amalia y la increpó, diciéndole por qué una decisión tan importante
no la había consultado con ella ni con su padre, y por qué no habíamos agotado
todas las posibilidades.
Amalia le respondió:
—Madre, el niño ya está aquí. Es una decisión mía y algo
que ya no puedo cambiar. Así que, por favor, acepta mi decisión y apóyame con
el bebé.
Las movidas de Jalisco
Para ese momento, la fortuna
de Jalisco era incalculable. Era el amo y señor de la contratación regional, lo
que incluía las petroleras, las fuerzas militares, la alcaldía de San Jacinto
—la que recibía el presupuesto más grande del país en regalías petroleras—, y
la gobernación. Ahora que había escalado al orden nacional, se había convertido
en un prominente constructor de obras civiles, con oficinas de su firma
distribuidas por todo el país.
Jalisco era un hombre
extremadamente ambicioso. Su deseo no lo saciaba nada, y, al escalar a las
esferas del poder nacional, se rodeó de senadores, ministros y candidatos
presidenciales. También era amigo de varios jefes paramilitares de diferentes
regiones, lo que le permitía extender cada día más su influencia. Para las
elecciones al Senado, apoyó a varios candidatos tanto a la Cámara como al
Senado.
Posteriormente, en las
elecciones presidenciales, respaldó a un candidato de ultraderecha que se
presentaba como su pupilo, quien finalmente ganó. Para entonces, se rumoraba en
los medios nacionales que el próximo ministro de Vías y Transporte sería el
ingeniero Pedro Jalisco. Este había ganado méritos con su trabajo dentro de la
campaña presidencial y estaba seguro de su nombramiento. Sin embargo, lo que él
desconocía era el poder de los medios.
Los medios de comunicación se
encargaron de enlodar su nombre para sabotear su designación mediante una
campaña de publicidad negra previa a su postulación. Lo vinculaban con el
paramilitarismo, varias masacres, el narcotráfico y con un personaje apodado
"el Gringo". El desprestigio fue tal que, cuando llegó el momento de
su nombramiento, Jalisco había decidido desistir para no causarle problemas al
recién posesionado presidente.
“¡Hijos de puta! Esos
periodistas me echaron a perder mi oportunidad de ser ministro. ¡No puede ser!
¿Quién diablos está detrás de esto? ¡No lo puedo ver!”, se lamentaba Jalisco,
profundamente afectado por la pérdida de su anhelo.
La pedida de mano de Emilia
El viejo Francisco Linares
convocó a toda la familia al hato Las Margaritas un fin de semana. El motivo ya
era conocido por todos: la pedida de mano de Jalisco a Emilia. Ese día, el hato
estaba acordonado por varios anillos de seguridad a cargo de la Armada, liderados
por el coronel Fariñas, gran amigo de la familia y, por supuesto, de Jalisco.
La casa principal estaba decorada para la ocasión, especialmente ahora que el
hato era propiedad de Emilia.
Jalisco llegó acompañado de un
imponente esquema de seguridad. Los carros de alta gama eran numerosos, y más
de ochocientos miembros de la familia asistieron al evento. En el gran caney,
en la mesa principal, se encontraba el viejo Francisco en la cabecera. En los
extremos se ubicaron Jalisco y Emilia.
Llegamos temprano con el nuevo
miembro de nuestra familia. Todos preguntaban con curiosidad, y respondíamos
que pronto les contaríamos. Nos ubicamos en la mesa principal. Don Francisco,
con su tono pausado, tomó la palabra. Aunque los años ya le pesaban, su rol de
patriarca aún lo mantenía al frente de estos eventos familiares. Como era
costumbre, llevaba su sombrero blanco de ala ancha, de filtro traído por uno de
sus nietos desde los Estados Unidos, acompañado de su inseparable esposa, doña
Sara.
El viejo Francisco presentó a
la pareja de novios y cedió la palabra a Jalisco, quien se desbordó en halagos
hacia su amada. Le expresó todas las cualidades que ella poseía como mujer y lo
mucho que la amaba. Con su voz grave y su tono firme, Jalisco cautivó al
auditorio, adornando sus palabras con gran habilidad. Luego, formalizó la
petición de la mano de Emilia a don Francisco, quien, con emoción, aceptó y
expresó que era un honor integrarlo a la familia.
Ese día, Emilia lucía en su
dedo anular una hermosa joya: el anillo de compromiso que Jalisco le había
entregado. La fecha de la boda se programó para julio en Cartagena de Indias, y
se planificó como uno de los eventos sociales del año. El matrimonio se
llevaría a cabo en la Catedral Santa Catalina de Alejandría, y toda la alta
sociedad estaba invitada, tal como Jalisco deseaba.
Tras la intervención de los
novios, se presentó la empresa encargada de organizar el matrimonio. Tomaron
nota de los nombres de cada miembro de la familia para coordinar vuelos,
estilistas, artistas y demás detalles del evento. Se estimaba la asistencia de
unas cinco mil personas, y los padrinos serían el presidente y su esposa.
La cara de Emilia irradiaba
felicidad. Nos acercamos a saludarla y felicitarla. Con mucha emoción, me dijo:
“Ven acá, mi sobrina favorita”, y luego me abrazó con alegría. Después, se
apartó un momento con su tía para conversar sobre los detalles de la boda y la
luna de miel.
Por mi parte, me dirigí hacia
Jalisco, quien hablaba con don Francisco. Lo felicité con un fuerte abrazo, y él
me respondió con una sonrisa: “Gracias, Guille”. Nos apartamos un momento para
hablar. En tono de broma, le pregunté por su despedida de soltero. Soltando una
carcajada, respondió: “¡Hay que hacer una a la altura de las circunstancias!”.
Me contó que se irían de luna
de miel a Hawái y me dijo: “Hace mucho que no hablamos. Quisiera conversar
sobre política, negocios y tu vida. Por ahí ya me han contado algunos pecados
tuyos”. Avergonzado, me sonrojé, y él, en tono jocoso, agregó: “No te
acomplejes, hermano. ¿Quién no ha tenido un desliz?”.
La fiesta continuó toda la
tarde y parte de la noche. Manolo, el nuevo miembro de la familia, fue el
centro de atención entre las mujeres, que se peleaban por cargarlo en brazos.
Sin planearlo, ese día presentamos al bebé a la familia.
Sin embargo, Rebeca no
ocultaba su malestar. Amalia, aunque incómoda con la actitud de su madre,
prefirió guardar silencio. Su padre, en cambio, se mostró feliz con el niño y
le dijo: “Lo que te haga feliz a ti, a mí también me hace feliz”.
La tía Julia
El día de la fiesta conocí a
la tía Julia, una mujer muy particular: imprudente, extrovertida y con un tono
de voz especial, chillón y alborotado al hablar. Venía acompañada de su esposo,
un hombre mayor que ella, a quien casi no dejaba hablar y corregía
constantemente. Tenía dos hermosas hijas.
Amalia me contó que era hija
de una relación extramatrimonial de don Francisco. Tenía un temperamento
volátil y explosivo, y siempre se sentía relegada por ser una hija bastarda.
Sin embargo, cuando visitaba a la familia, solía armar uno que otro escándalo.
Todos ya sabían cómo era, pero también reconocían que era una persona muy
servicial.
Julia tenía una enorme casa en
Bogotá, conocida como "la embajada de San Jacinto". Allí había
establecido una residencia donde acogía a todo aquel oriundo de San Jacinto o
que hubiera pasado por esas tierras. En las épocas difíciles de Jalisco, él
había pasado muchas noches allí, al igual que el Gringo y Manba. Desde los más
ilustres hasta los más detestados habían sido recibidos con su hospitalidad.
Julia no hacía distinciones a la hora de ayudar, y mucho menos si alguien
enfrentaba una calamidad de salud.
En esta residencia, se
aseguraba de que quienes llegaran tuvieran acceso a atenciones médicas y citas
en los hospitales de Bogotá. Julia era amiga de muchas chicas y jóvenes
encargadas de asignar citas en diversas instituciones de salud de la capital.
Era conocida por su carácter caritativo, su corazón inmenso y bondadoso. Don
Francisco solía decir: “Esta hija mía ya tiene ganado el cielo. Puede tener
sus defectos, pero lo que hace por los demás no lo hace nadie”.
A pesar de sus gritos y su
energía inagotable, Julia se movía por toda la casa organizando cosas, dando
órdenes, construyendo nuevas habitaciones o remodelando las existentes. Era una
mujer hiperactiva. Su esposo, en cambio, era más bien apacible y sumiso, un
hombre de buena vida que era gobernado completamente por ella. Julia incluso le
decía cómo debía vestirse. Vivía a su costa, asistía religiosamente a misa dos
veces al día y pasaba santiguándose continuamente.
Don Francisco había comprado
el edificio donde funcionaba la residencia, pero todos lo llamaban "la
embajada de San Jacinto". Su esposo había trabajado como agente del DAS y,
de vez en cuando, contaba historias sobre sus éxitos en el servicio. No
obstante, Julia lo callaba con un grito: “¡Deja de hablar tantos embustes y
ayúdame a trabajar, que tenemos que sacar adelante a estas muchachas!”.
Julia era la cabeza de ese
hogar. Todo se hacía según sus decisiones. A pesar de los ingresos que generaba
la residencia, el dinero no alcanzaba, ya que muchos huéspedes abusaban de su
buen corazón, dejando deudas por hospedaje y comida. Julia nunca le negaba nada
a nadie: ni bebida, ni comida, ni un lugar para dormir.
Cuando la conocí aquel día,
debo admitir que no me agradó. Sin embargo, con el tiempo aprendí a quererla
por su calidez y lo humanitaria que era. Aunque algo alocada, era un ser humano
excepcional
Reunión con Jalisco
En la fiesta de la pedida de
mano de Emilia, Jalisco me comentó que necesitábamos reunirnos para hablar
sobre negocios, política y otros temas. Tres días después, me llamó y me dijo
que fuera a Villa Jalisco. Llegué muy temprano. Allí me esperaba en un hermoso
kiosco con dos chinchorros. Me dijo: “Escoge uno, que ya vengo”.
Lo esperé unos minutos. Al llegar, me preguntó por Amalia y
cómo iban las cosas con ella. Luego añadió: “Ahora eres papá”. Le
respondí que habíamos adoptado un niño, pero él, directo como siempre, replicó:
“No me vengas con cuentos, que ya sé toda la historia”.
Apenas dijo eso, cambié el
tema y le pregunté por Emilia. Jalisco negó con la cabeza y, como si supiera
que yo necesitaba saber algo más, me dijo: “Lo otro que te quiero contar es
sobre Tatiana”.
Intrigado, le pregunté qué
sabía de ella. Entonces comenzó a relatar: “Está presa en México. Esa china
loca se fue de mula”. Me quedé impactado y pregunté más detalles. Me dijo
que estaba enfrentando una condena de entre 10 y 25 años por la justicia
mexicana. Agregó: “Su situación es difícil. Eso me lo contaron Diana Ángel y
Violeta cuando hablaron con Amalia en la clínica. El día que fueron a buscarte,
no te encontraron. ¿No te contó Amalia?”.
Sorprendido, respondí que no
sabía nada. Jalisco continuó: “Sería gastar un mundo de plata para que le
reduzcan la pena a lo mínimo, que son diez años, o dejarla pudrirse allá. Me da
pesar con la china”.
Conmovido, le dije: “Y a mí peor, ¿no ves que es la mamá de mi hijo? ¿Qué me aconsejas, Pedro?”. Él respondió: “Yo puedo colaborar con unos 20 mil dólares. Ponle que todo cueste unos 50 mil dólares. Tienes que ir a México o enviar a alguien que se encargue de la situación. Contrata un abogado allá. Ah, y Diana Ángel llevaba unas cartas de ella para ti, pero decidió entregármelas a mí para que yo te las diera”.
La situación de Tatiana en
México era, sin duda, lamentable. Le dije que por supuesto haría todo lo
posible. Ese día también hablamos de su fallido nombramiento como ministro. Con
amargura, me comentó: “Esos hijueputas periodistas... pero voy a averiguar
quién fue el del complot, y pobre de ese hijueputa”.
Finalmente, Jalisco concluyó: “Otro
día trataremos temas más importantes. Dejemos este asunto para cuando tengas la
cabeza más calmada”. Le respondí que siempre sería un placer conversar con
él, y así nos despedimos.
Cartas de Tatiana
Salí con afán de Villa Jalisco
rumbo a la clínica, devorado por la ansiedad de saber qué decían las cartas.
Llegué a la clínica y me dirigí a la oficina de gerencia. Solicité a la secretaria
que no permitiera la entrada de nadie, incluida Amalia o cualquier otra
persona, al menos durante una hora. Entré apresurado a mi oficina y comencé a
leer la primera carta, fechada el 08 de abril de 2005.
Allí me narraba los eventos
que precedieron su captura. Decía lo arrepentida que estaba y mencionaba que
sabía que el bebé estaba conmigo. Me imploraba que no la dejara pudrirse en ese
infierno en el que vivía, asegurando que yo era la única persona que podía
ayudarla. Me pedía que cuidara muy bien de nuestro hijo y recordaba las
palabras que solía decirle: "No seas ambiciosa, el dinero no lo es
todo".
Tatiana continuaba: "Hoy
anhelo a mi hijo y no lo tengo. Él crecerá creyendo que otra mujer es su madre
y tal vez la llegue a querer más que a mí. Guillermo, aquí es terrible. Por
favor, no me dejes morir en este hueco. He vivido lo peor de mi vida aquí. Sé
que tienes un corazón lindo. Bebé, ayúdame, por favor".
Ese día me sentí profundamente
conmovido por la tragedia que vivía Tatiana, pero, sobre todo, por mi hijo,
quien también estaba involucrado en esta situación. Antes de salir de la
oficina, guardé cuidadosamente las cinco cartas restantes que aún no había
leído.
Salí caminando lentamente
hacia el parqueadero de la clínica. Al encender el carro, el conductor y el
escolta me preguntaron si algo me pasaba. No les dije nada, solo respondí que
quería ir a casa.
Cuando llegué al apartamento,
fui directamente a la alcoba principal. Allí estaba Amalia, feliz y
entretenida, asumiendo su rol de madre. Manolo soltaba intensas carcajadas que
llenaban de alegría a Amalia. Nunca la había visto tan feliz.
Un rato después, Amalia me
preguntó: "Amor, ¿te pasa algo? Te noto tenso y raro". Le
respondí que no, aunque por dentro pensé: "Carajo, esta mujer me conoce
demasiado, o soy demasiado expresivo con mi actuar".
Esa noche no pude dormir,
pensando en cómo inventarme una excusa para ir a Bogotá y, más aún, para viajar
a México. También consideré a quién podía confiarle una diligencia de tanta
responsabilidad. Entonces, recordé a mi amigo Mauricio, el bacteriólogo que
trabajaba en la clínica y era una persona de absoluta confianza.
A la mañana siguiente, con un
plan más claro, mandé a llamar a Mauricio a la oficina de gerencia. Atendió mi
llamado de inmediato. Le conté sobre la desgracia de Tatiana y le pedí el favor
de encargarse del asunto. Le aseguré que yo cubriría todos los gastos y que
confiaba plenamente en él para realizar esa tarea tan delicada.
Para justificar el viaje,
inventé una invitación de una compañía de suministros tecnológicos para
laboratorios. Junto a Mauricio, viajé a Bogotá. Allí contacté a Jalisco, quien
me proporcionó los datos de unos abogados en México y me entregó el aporte
económico que había prometido.
Compré los pasajes de Mauricio,
quien ya tenía la dirección de la cárcel en México, el número del expediente y
el contacto en el Distrito Federal donde se reuniría con el abogado encargado
del caso de Tatiana. Llegamos a Bogotá un lunes, y el jueves Mauricio viajaría
al D.F. por quince días. Durante ese tiempo, esperaba que lograra hablar con
Tatiana, reunirse con el abogado y dejar encaminado el proceso de su defensa.
Habíamos acordado comunicarnos
únicamente a través de mi teléfono móvil y en horarios en los que yo no
estuviera en el apartamento.
Regresé ansioso por tener
noticias de ella. También le había enviado un dinero extra para que pudiera
sobrevivir en la cárcel; no era mucho, pero algo le serviría. No supe nada
hasta el lunes, y las noticias no eran muy alentadoras. Todas las pruebas
estaban en su contra. Sin embargo, el abogado comentó que había que interponer
algunos recursos, ya que se habían violentado sus derechos a la defensa. Eso
retrasaría su proceso de sentencia, pero podría conseguir una condena mucho
más corta.
Le pregunté al abogado qué
significaba "mucho más corta" y me respondió que serían entre 9 y 10
años, cuando inicialmente podría haber enfrentado hasta 25 años de prisión.
Mauricio me contó que había
logrado hablar con ella y entregarle el dinero. Ella le agradeció profundamente
y le mencionó que sabía que tanto él como Jalisco habían contribuido para
financiar al abogado. Mauricio también me relató que Tatiana lloraba con
amargura y desconsuelo por su situación. Entre sollozos, le había dicho:
"Soy una estúpida. Por
ambiciosa, mire dónde estoy: vuelta mierda, llevada, sin ver a mi hijo. Lo peor
es que no sé cuándo podré hacerlo. Dígale a Guillermo que lo amo y que le
agradezco todo lo que hace por mí, por no dejarme sola".
Después de hablar con Mauricio,
sentí un gran pesar por la tragedia de Tatiana. Me llené de rabia contra ella
por lo irresponsable y descuidada que había sido con su vida. Decidí distraerme
leyendo las otras cartas que, de manera sigilosa, había guardado en mi oficina.
En la segunda carta, fechada en mayo de ese mismo año, me relataba toda su
tragedia dentro del Centro Femenil de Readaptación Social (Tepepan).
Tatiana era una mujer muy
frágil para soportar esa situación. No tenía la fortaleza física ni la mente
retorcida que allí se requerían para sobrevivir en medio de una jauría de lobas
hambrientas y pervertidas. Estas mujeres solo buscaban someterte y convertirte
en su esclava sexual. Nunca en mi vida me ha disgustado la idea de tener
relaciones con otras mujeres, pero aquí lo he aborrecido, porque me ha tocado
hacerlo por pura obligación. En el poco tiempo que llevo aquí, he tenido que
acostarme con mujeres que solo me generan desprecio. La comida es horrible y el
frío es insoportable.
No sé si vaya a aguantar. La
única ilusión que me mantiene es volver a ver a mi hijo. Los primeros días que
llegué aquí tuve que dormir en el piso porque no tenía colchoneta. Después,
gracias a unos "favores" que le hice a Lola, la líder del patio me
consiguió una. Ya te imaginarás qué tipo de favores.
También hay una guardiana que
está muy enamorada de mí, y la he aprovechado para sacarle cosas. Sin embargo,
aquí todo es un infierno.
Algunas de las mujeres aquí
están condenadas por asesinato, otras por robo. Yo soy la única sindicada por
narcotráfico. El resto ya está sentenciado, y me han dicho que, tan pronto me
condenen, me enviarán a otro reclusorio; lo más probable es que sea al de Santa
Martha Acatitla.
Por primera vez en mi vida he
sabido lo que es trabajar. Paso casi todo el día en la lavandería, el único
lugar donde me he podido acomodar, porque la cocina no es lo mío. También voy
al gimnasio y hago mucho ejercicio para poder dormir. Hay días en los que lloro
mucho. Por favor, envíame fotos de mi bebé.
He empezado a cogerle cariño a
la lectura, porque siento que en este encierro voy a enloquecer. Estoy pensando
en terminar mi bachillerato y estudiar una técnica en contabilidad. Aquí, mis
días pasan de grises a oscuros, llenos de depresión y melancolía.
Las únicas cartas que he recibido
son de mis eternas amigas, Diana Ángel y Violeta. La única visita que he tenido
ha sido la del abogado de oficio, quien, por cierto, me ha insinuado su interés
de manera descarada. Es un joven apuesto, y yo le correspondo sus galanterías
con miradas provocativas, solo para ilusionarlo.
Terminé de leer la segunda
carta y continué con mi rutina en la clínica. La secretaria me preguntó por la
doctora Amalia: si estaba enferma, porque últimamente no frecuentaba la clínica
y había muchos asuntos represados a su cargo. Me preocupé y, de inmediato,
asigné a un responsable en la subgerencia administrativa para que le ayudará.
Después de atender mis labores
como gerente de la institución de salud más pujante de San Jacinto, reflexioné
sobre lo mucho que había crecido la clínica. Hacía tiempo que habíamos superado
la capacidad resolutiva del hospital, y el portafolio de servicios era mucho
más amplio.
En ese tiempo, le había pedido
a Rebeca que se retirara del hospital para apoyarnos en la clínica. Al final, era
una empresa familiar, y ella aceptó. Entró a reforzar las actividades que
estaban a cargo de Amalia, quien había asumido su rol de madre a tiempo
completo.
En San Jacinto, por mucho
tiempo, se vivió en paz y tranquilidad. Sin embargo, ahora el dominio del
Gringo era absoluto. Omar estaba por culminar su mandato, y la fecha de
elecciones se aproximaba. Los nombres de los candidatos comenzaban a sonar en
la palestra pública.
Elección del candidato a la alcaldía
Por esos días, Jalisco me
volvió a invitar a su finca de recreo. Allí me esperaba con un grupo de
ilustres empresarios, comerciantes del pueblo, ganaderos y palmeros. El saludo
de los asistentes fue efusivo. Nos reunimos en el auditorio que tenía la finca.
Les agradecí la postulación,
pero les dije que no podía aceptarla. Les expliqué que tenía un espejo en el
que mirarme: la muerte de Miguel. Además, sabía que mi familia jamás aceptaría
mi postulación con ese antecedente.
Quedaron desanimados con mi
respuesta, pero Jalisco insistía. A pesar de ello, me mantuve firme y no
acepté. Al finalizar la mañana, concluyó la reunión con el acuerdo de buscar un
nuevo candidato.
Regresé al apartamento. Amalia
no se separaba de Manolo, quien ya empezaba a pronunciar sus primeras palabras.
Ese día había dicho "mamá", lo que fue un momento emocionante para
toda la familia.
Le conté a Amalia sobre la
propuesta que me habían hecho para ser candidato a la alcaldía, y su reacción
fue inmediato:
—No. Con lo de Miguel, yo no
quiero saber nada de esa alcaldía.
Sin embargo, Jalisco era
astuto. Decidió usar a Emilia para convencer a Amalia. Sabía que, con su
aprobación, sería más fácil obtener la mía. Durante varios días, Emilia y Pedro
Jalisco frecuentaban el apartamento con el pretexto de visitar a su ahijado.
Según ellos, iban a ser los padrinos, y finalmente lo fueron.
Elección del candidato a la alcaldía
Llegó la fecha para inscribir candidatos a la alcaldía de
San Jacinto, y Jalisco seguía sin encontrar a alguien que tuviera el favor del
pueblo o, al menos, que fuera un buen candidato.
Como yo no acepté la postulación, me pidió que, por lo
menos, acompañara al candidato y lo promocionara. Le dije que sí. Su candidato
era un agrónomo del palmar, poco conocido. Era el único que se había atrevido a
lanzarse.
Jalisco lo llevó a Bogotá para pulir su discurso, ya que el
hombre era más bien osco al hablar y malhablado. A pesar de todo, Jalisco
insistió en que no había más opciones.
Por el lado contrario, volvieron a postular a Ramón
González, un candidato muy fuerte en ese momento, que gozaba del cariño y
aprecio de los habitantes del municipio.
Sin embargo, esa idea no terminaba de convencer a Jalisco.
No confiaba en Ramón ni creía que honraría los compromisos cuando llegara al
poder.
Llegó el esperado domingo que pondría fin a la disputa
electoral. A las 7 p.m., ya se sabía que el nuevo alcalde era Ramón González.
En su discurso, Ramón prometió llevar al municipio a una paz total, con
tolerancia cero hacia los grupos al margen de la ley y cero corrupción.
Jalisco, astuto, no desaprovechaba la oportunidad para
echar leña al fuego y envenenar al Gringo contra Ramón. Los primeros días de la
administración fueron tensos, pero, con el tiempo, las asperezas comenzaron a
limarse.
—Pues ya no me disgusta la
idea. Creo que es tiempo de retribuirle a este pueblo todo lo que me ha dado.
Jalisco entendió el mensaje. Desde
ese día, bajó la intensidad de sus ataques verbales hacia Ramón. Incluso, en
una ocasión, intercedió para que el Gringo desistiera de la idea de matarlo.
Habló con ambas partes y lograron llegar a un acuerdo.
La administración de Ramón
González inició, como siempre, con la ilusión de un pueblo esperanzado en su
nuevo gobernante. Sin embargo, con el paso de los días, esa ilusión se fue
diluyendo entre escándalos de corrupción y la vida de excesos del alcalde.
Ramón ya no era el hombre humilde que les había pedido el voto. Se había
convertido en un hombre soberbio y ególatra, propietario de múltiples inmuebles
en San Jacinto, Villavicencio y en el extranjero.
Sus familiares no ocultaban su
nueva vida de lujos y compartían orgullosamente en redes sociales sus viajes al
exterior, provocando la indignación de muchos sanjacinteños.
Llegó el momento en que el
pueblo aborrecía a Ramón González. Surgieron conatos de revocatoria del
mandato, liderados por su propio sobrino, Óscar, quien se había convertido en
su principal opositor. Óscar salía constantemente en la radio, acompañado de su
esposa Daniela, para criticar al alcalde con dureza.
Óscar era un hombre amanerado, de esos que hoy llaman
"metrosexual", aunque yo lo consideraba un maricón que no había
salido del clóset. Era blanco, rubio y de ojos verdes. Por otro lado, su
esposa, Daniela, era una joven de origen indígena, de rasgos fuertes que, con
solo mirarla, dejaban claro su vínculo con las comunidades originarias. Daniela
era una de las pocas lugareñas que había tenido la oportunidad de estudiar en
el extranjero. Gracias a su condición de indígena, había cursado estudios de
derecho en la Sorbona, en Francia. Se destacaba como activista y líder social
de amplio reconocimiento.
Óscar, según decía, era ingeniero
de sistemas, aunque corrían rumores de que su título era plagiado. Sin embargo,
esto nunca se comprobó.
Por esos días, ambos lideraban
la revocatoria contra el alcalde, a quien no dejaban de llamar corrupto y
delincuente. Ramón había interpuesto varias querellas por calumnia, pero,
aunque en los juzgados no prosperaban, el pueblo daba por ciertas las
acusaciones.
CARTA A LOS
SANJANCITEÑOS
LA VOLUNTAD DEL
PUEBLO
HECHA REALIDAD EN LA
REVOCATORIA DEL MANDATO
Se dice que la voz de Dios es la voz del pueblo y así lo es, en su
máxima expresión el soberano pueblo es quien decide los destinos de los pueblos
y cada pueblo se merece la fortuna o la desgracia de tener un buen o mal
gobernante.
San Jacinto, municipio que ha tenido el honor de ganar el premio a la
democracia, esta hoy a las puertas de pasar a la historia dando ejemplo
de madurez, en el desarrollo de la democracia evolucionan para bien, dándonos
una demostración de civismo de unión y de demostración que cuando se quiere se
puede.
Un pueblo no puede vivir sometido a la negligencia de un mal gobernante,
a la torpeza de sus actos y al abandono de su pueblo; la mezquinad y la
soberbia hizo rebozar la copa de todo un pueblo, reflejada en una revocatoria
del mandato de un alcalde por primera vez en el departamento. Por qué cuatro
años son pocos para un buen gobernante, pero un siglo para uno malo.
La importancia de que este paso se de en el país, nos demuestra que el
poder absoluto y soberano es del pueblo, pero tiene que cristalizarse para
demostrarle no solo al actual administrador si no a todos los gobernantes que
la voluntad de los pueblos prima; que los pueblos se cansan de tanto atropello.
Que nuestros pueblos quieren otros rumbos, que desean dirigentes
comprometidos con el desarrollo, que sientan y vivan las necesidades de la
gente; que su vocación de servicio no sea otra que la de servirle a su
comunidad, con absoluto desprendimiento a todo anhelo de riqueza y de derroché
de los recursos del estado.
¿Será que el pueblo
podrá decidir?
Eso solo lo podremos decir cuando la registraduría emita su concepto si
llama al pueblo a elecciones o no. Al respecto mucho se ha dicho; que el
alcalde Ramon González ya compro al registrador que eso no va a pasar nada, que
muchas gracias a la gente de la revocatoria que gracias a ellos el alcalde
repartió contratos a diestra y siniestra, bueno en río revuelto ganancia de
pescadores.
Que el alcalde cuenta con una hiper mega base de datos de todos los
ciudadanos de San Jacinto que firmaron el referendo revocatorio y de los que se
retractaron, para poder decir a quien atiende o no en su despacho y que se
atengan si lo de las firmas se cae por que hambre es lo que van a aguantar.
Con esta carta Oscar González llamaba al pueblo a sublevarse en contra
de su gobernante y era una proclama de victoria
—No, hija, yo misma lo vi con mis propios ojos. Y si te lo
digo, es porque es verdad.
—¿Y con quién? —preguntó Daniela, ahora más inquieta.
—Con una china, la hija de doña Berta.
Salió de la casa con el alma adolorida y envenenada contra
Óscar y Tania. Al llegar a su casa, lo primero que encontró fueron las cajas
con las firmas de la revocatoria. En un arrebato de ira, las llevó una a una al
patio, donde encendió una hoguera para quemarlas.
—le reclamó.
La lucha con Tania continuó. Daniela la tenía agarrada del
cabello y le gritaba insultos. Óscar, desesperado, intentaba separarlas.
Finalmente, Tania logró escapar del agarre de Daniela, quien quedó llorando
desconsolada en el suelo, devastada por la traición.
Mientras tanto, Óscar, ayudando a Tania, se
alejaba rápidamente del lugar, dejando a Daniela sola con su dolor.
Con la traición de Óscar a Daniela, se pondría fin
a la primera revocatoria en San Jacinto. Sin las firmas que respaldaran el
proceso, este no tenía validez. Óscar se lamentaba profundamente, al igual que
Pedro Jalisco, quien ya daba por hecho el éxito de la revocatoria. Decía con
enojo: "¡Pedazo de inútil! ¿Cómo fue a dejar las firmas en manos de esa
loca, que las quemó?".
El chisme ya había recorrido todo el pueblo. El
alcalde, al enterarse de que Daniela había quemado las firmas, exclamaba:
"¡Ay, Señor bendito, ¡gracias por protegernos del inútil de mi sobrino!
Ahora sí que va a aguantar hambre".
Agradecido con Daniela, el alcalde pidió a su
hermano Manuel, conocido como Sentura, que se acercara a ella. Sentura, cuyo
apodo provenía de la comunidad indígena, era un hombre singular. Aunque había
estudiado en la capital, nunca cambió su forma de hablar y su español seguía
siendo un poco trabado.
Sentura era muy conocido en el mundo del deporte
por ser un excelente jugador de fútbol. Además, siempre estaba pendiente de las
comunidades indígenas. Era una persona servicial y amable, un coleccionista de
momentos y emociones. Disfrutaba de las cosas simples y se esforzaba por ser
bondadoso y justo con lo que la vida le ofrecía.
Creía firmemente en la reciprocidad: si alguien era
bueno con él, lo sería también con esa persona. Sin embargo, ganarse su
confianza no era sencillo, pues era cauteloso en ese aspecto. No le interesaban
las historias de sufrimiento o dolor, sino rodearse de personas que quisieran
vivir plenamente, conscientes de la importancia del cuidado personal y la
conexión con la naturaleza.
Místico y fiel a las tradiciones ancestrales,
Sentura era un hombre leal en su forma de llevar la vida. Durante la
administración de Ramón, fungía como enlace con los pueblos indígenas, gozando
de la confianza y aceptación de estas comunidades.
Después de múltiples intentos por parte de Sentura
para propiciar el anhelado encuentro entre el alcalde y Daniela, este le hizo
numerosos ofrecimientos a título personal. Sin embargo, Daniela dejó claro que
lo único que solicitaba eran obras de inversión para las comunidades indígenas
del municipio, como compensación por la quema de las firmas de la revocatoria.
Sus principios y su moralidad le impedían aceptar dádivas del alcalde, a quien
seguía viendo como un hombre corrupto e inmoral.
En caso de que el alcalde quisiera entregarle algo,
ella pidió que lo hiciera directamente al pueblo indígena de San Jacinto. Ante
esto, el alcalde prometió llevar agua potable, garantizar brigadas de salud,
desarrollar proyectos productivos y otras iniciativas típicas de promesas
políticas. Pero Daniela no les dio mucha importancia, pues sabía que no
cumpliría. Con el paso de los días, todas esas promesas se desvanecieron como
simples palabras al viento, dejando a los pueblos indígenas de San Jacinto con
la misma realidad de abandono.
Después de este fallido intento de revocar el
mandato del alcalde, Daniela regresó a la capital del país como asesora de la
Organización Regional Indígena Nacional (ORIC). Además, buscaba superar su
tusa. Por su parte, Óscar, días después, se vio obligado a abandonar su natal
San Jacinto, pues no encontraba oportunidades laborales debido a que su tío le
había cerrado todas las puertas. La persecución que enfrentó fue tan severa que
solicitó asilo político en los Estados Unidos y emigró.
Para
esa época comprendí cómo eran las disputas territoriales. En esencia, el
combustible de la guerra y de la hegemonía de un líder, ya sea de izquierda o
de derecha, alzado en armas, proviene del narcotráfico. Con ese dinero, pueden
ejercer el control sobre regiones completas. Todo esto tiene su origen en una aparentemente
inofensiva planta, a la que he denominado:
El árbol
de la discordia
A simple vista, es solo una planta inofensiva. No
destaca por su grandeza ni por la belleza de sus flores, frutos o madera. Su
único valor radica en la savia que emanan sus hojas. En una concurrida calle de San Jacinto, crece de manera natural, visible para todos: un arbusto frondoso, de
hojas verdes abundantes y lanceoladas.
Con esta planta se han construido imperios, clanes
y carteles; se financian estados, reinados de belleza, campañas políticas y
guerras. Es el eje de toda una industria ilegal que gira en torno a su cultivo,
transformación y comercialización, extendiéndose a distintas latitudes del
planeta.
Algunos la llaman una planta maldita, pues
alrededor de sus cultivos solo hay miseria, pobreza, deforestación y violencia.
Mientras tanto, día tras día, jóvenes adictos consumen la selva colombiana
procesada en laboratorios clandestinos.
En Colombia, las disputas por territorios, rutas y
dominios generan infernales guerras. En estas vastas regiones, la ley y el
orden son sustituidos por la anarquía de las armas, empuñadas por delincuentes
ambiciosos que buscan saciar su sed de riqueza y alimentar sus egos y pasiones.
Muchos clamamos por paz, pero parece una utopía
mientras siga existiendo el combustible de la guerra: la demanda de cocaína en
los países desarrollados. Aquí, en algún rincón de Colombia, siempre habrá
alguien soñando con ser el próximo patrón del negocio, sin importar los
riesgos. Porque todos sabemos que esa vida es efímera, volátil e intensa, con
un guión predecible cuyo final siempre conduce a una cárcel o al cementerio.
Tercera
carta de Tatiana
Junio de
2005
Te cuento, Gille: ya he dejado de llorar un tanto,
aunque debes saber que aún me pego buenas lloradas, añorando los días de mi
libertad y, sobre todo, pensando en mi hermoso hijo. Saber que está a tu lado y
que está bien me da consuelo ante mi dolor.
Aquí la vida es lenta, los días pasan en cámara
lenta y todo se reduce a la rutina diaria. Trato de leer cada día más. Ya el
próximo mes comenzaré a estudiar mi bachillerato. Yo había cursado hasta octavo en
Colombia, pero aquí clasifican el bachillerato de manera muy diferente a
nuestra tierra. Aquí lo llaman "El Bachillerato" y se divide en tres
modalidades: general, tecnológico y profesional. Yo quiero hacer el tecnológico
en contabilidad, como ya te había contado en una anterior carta.
He conocido a Francia, una mujer muy dulce en el
trato, pero vive muy triste todo el tiempo. Está aquí por asesinato. Ella es
una mujer demasiado noble; si no me hubiese contado de su propia boca, no le
habría creído que mató a alguien. Me contó que tuvo que matar a su pareja
porque la maltrataba demasiado.
Él era carpintero en el D.F. Si en Colombia los
hombres son machistas, aquí lo son al triple: posesivos, dominantes y suelen
castigar a las mujeres, algo que es normal dentro de la sociedad.
Desde muy joven, Francia se había ido a vivir con
él con la promesa de matrimonio, pero él nunca se la cumplió. Simplemente
convivían y tuvo tres hijos con ella. Los fines de semana, él se iba a tomar y
regresaba a casa borracho, con ganas de tener sexo con ella. La agarraba a la
fuerza y, si ella no se dejaba, la golpeaba. Así vivió muchos años de maltrato.
Hasta que un día llegó el desgraciado a hacerle lo
mismo y la violó. Luego se acostó en una hamaca en el patio de la casa. Ella,
como era modista, cosió la parte superior de la hamaca y cogió una tabla entre
sus manos. Empezó a golpearlo con tanta rabia y furia por todo el daño causado
durante tantos años que no se dio cuenta de que lo golpeó tan fuerte hasta
matarlo.
Los vecinos acudieron a auxiliarlo, pero ya era
demasiado tarde. Él gritaba desesperado dentro de la hamaca hasta que su voz se
silenció. Ese día, solo lo acompañaba su hijo Vicente, quien era el mayor de
sus hijos y sabía del maltrato al que vivía sometida su madre por parte de su
padre. Vicente lloraba y abrazaba a su madre hasta que llegó la policía y se la
llevó.
Ella tiene tres hijos: dos varones y una niña. Los muchachos
vienen a visitarla, pero la niña la odia por haberle matado al papá. Ella sufre
mucho por su hija porque, en los once años que lleva allí, jamás la ha
visitado.
Aquí, la mayoría de las historias son tristes. Los
finales felices solo existen en novelas y cuentos de hadas. Esta es la cruda
realidad que se mezcla con la pobreza y la necesidad.
Ese día, había llegado bien temprano a la clínica
para terminar de leer las cartas. Me encerré en el despacho de la gerencia. Las
cartas de Tatiana estaban llenas de tachones; eran escritas de su puño y letra,
con miles de errores de ortografía, sin puntuación y con problemas de redacción
y semánticos. Pero, al final, entendía su mensaje.
Trato de llevar una vida tranquila, evitando dañar
mi armonía con nadie para no tener problemas, aunque siempre hay resentidas y
envidiosas.
Inicié mi proceso académico dentro del penal. Hacía
muchos años que no cogía un esfero y un cuaderno, y ha sido algo difícil para
mí. Me siento torpe, como si me hablaran en chino. No ha sido fácil comenzar a
estudiar, pero sé que lo necesito. Para cuando salga de aquí, ya seré una vieja.
Los hombres ya no me mirarán con deseo ni con ganas, así que tendré que
aprender un arte que me permita ganarme la vida dignamente y, sobre todo, hacer
que mi hijo se sienta orgulloso de su madre.
Me decía que estudiaba toda la mañana y, por las
tardes, realizaba los trabajos propios del penal. Recibía consejos de Francia y
de Lola, quien era mi protectora dentro del lugar.
Sentía que Francia, cada día, desfallecía más por
el abandono de su hija. Trataba de ayudarla, pero mis palabras no encontraban eco
en su corazón roto y adolorido. Por momentos, llegaba a sentir que lo único que
ella quería era morir. Guillermo, aquí lo único que puedo contarte son cosas
dolorosas, tragedias de vidas de muchas mujeres.
En esa carta, me contó que pronto su hija cumpliría
quince años, y ella no estaría allí. Había escuchado que en el penal iban a
hacer una celebración colectiva para las hijas de las reclusas que cumplían quince años.
Con Lola y otras reclusas, nos dimos a la tarea de
contactar a Fredy. Logramos llamarlo y buscamos la manera de que su hermana Ana
María visitará a su madre en el penal.
Por esos días, estaba muy ocupada entre los
estudios y organizando que la hija de Francia viniera. Logré hablar con ella en
dos ocasiones, y al final accedió a visitar el penal. Me pidió que hablara con
ella antes de encontrarse con su madre. Ese día llegó una jovencita de cabello
largo, blanca, con una cara muy bonita. Ella era Ana María.
Se sentó en el cubículo donde colgaba un teléfono.
Un vidrio transparente nos separaba, impidiendo cualquier contacto. Con una voz
dulce me dijo:
Su voz era entre ronca y fuerte, con un marcado
acento mexicano. Le expliqué por qué la había invitado: en el penal estaban
organizando una fiesta para las quinceañeras, y su madre quería que ella
participara. No mostró mucho interés, pero preguntó por Francia. Le conté que
pensaba mucho en ella y siempre hablaba de su hija.
De inmediato, una lágrima rodó por su mejilla. Ese
día hablamos de muchas cosas. Le conté mi tragedia en México y cómo había
terminado en la cárcel. Sentí una conexión profunda con ella, y parece que ella
también la sintió conmigo. Quedó en pensarlo y prometió volver a visitarme.
Al otro lado del reclusorio, me esperaban Francia y
Lola, impacientes por saber qué había pasado. Tan pronto llegué, Lola exclamó:
—¡Desembuche,
güerita, qué traes!
Les conté
con lujo de detalles toda la conversación. Al final, Francia me abrazó fuertemente,
y las tres nos abrazamos, contentas.
Hola, Guille:
Te cuento que inicié mis estudios con mucha
emoción, pero me ha ido fatal. He reprobado hasta el recreo. La licenciada me dice
que me esfuerce más, que con constancia lo lograré, pero ahí voy, a trancas y
mochas, tratando de hacer este sacrificio.
Todo esto me ha deprimido. Francia, ahora, anda de
mejor ánimo y me ayuda dándome consejos y palabras de fortaleza. Aquí es como
una montaña rusa de emociones: subes, bajas, y vuelves a empezar.
Extraño cada día más a mi hijo. No hay día que no
lo piense. Hay noches en las que me despierto escuchando su llanto, y me
angustio. Pero el solo hecho de saber que está contigo me tranquiliza.
Espero con ansias que estas cartas lleguen a tus
manos y que me puedas ayudar, porque eres mi única esperanza en este infierno
en el que me metí. Sé que con tu buen corazón me ayudarás, bebé. Y si no lo
haces por mí, hazlo por nuestro hijo.
Realmente, eran tristes sus cartas. Las terminé de
leer y continué con mis labores dentro de la clínica.
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