De Amores perdidos, Capitulo V

 


LA VERDAD SIEMPRE SALE A LA LUZ

Habían pasado meses desde que me dieron los resultados de mi paternidad de Manolo, y todavía no me atrevía a contarle la verdad a Amalia. Esa noche estábamos en el apartamento, y ella me dijo:

—Guille, ¿y qué pasó con el ahijado? ¿Con la prueba de paternidad? ¿Cuándo vamos a ser sus padrinos?

Me quedé un momento en silencio y le respondí:

—Amor, ¿y a qué viene la pregunta?

Me contestó:

—Es que hace mucho que no sé nada del bebé, y  cómo tú estabas ayudando a esa muchacha, Tatiana, con sus diligencias, no me has vuelto a contar nada.

Para mis adentros, podía deducir que algo sabía, y lo confirmé cuando me dijo que, en su última ida a Bogotá, se había encontrado con Omar Abadía. Él le contó que la prueba de ADN había salido negativa para la paternidad de Miguel, y que ahora nadie sabía quién era el padre.

Le respondí:

—No te había contado nada porque, con tanto problema que tenemos, no había quedado espacio.

Ella me miró fijamente y me preguntó:

—¿Y tú qué sabes del padre de ese niño? Porque muy parecido a ti sí es.

Me quedé sumergido en un silencio que ahogaba mi voz, hasta que me dijo en tono firme:

—Dime la verdad de una vez: ¿ese niño es tuyo?

Fue un momento tan difícil... Reconocer mi infidelidad, mi traición, no solo a Amalia, sino también a Miguel. Me miró con lágrimas en los ojos y me dijo:

—Eres un canalla, traidor, mentiroso, asolapado.

No sabía qué decirle. Si reconocerle mi error o pedirle perdón. Ella lloraba desconsolada, repitiendo:

—Jamás pensé que me fueras a traicionar, y menos con una cualquiera como Tatiana, que todo el mundo sabe que es una mujer de la vida alegre.

Me preguntó por qué la había traicionado. Se acercó a mí y me dio una fuerte cachetada en la mejilla, mientras gritaba:

—¡Maldito traidor! ¡Lárgate, no te quiero ver más en mi vida!

Sentí que mi mundo se hundía en un lodazal de desesperanza y abandono, que todo lo que había construido se derrumbaba. Me ahogaba en mis culpas y remordimientos, cuando volvió a aparecer Amalia y me repitió:

—¡Te largas de mi vida, no te quiero volver a ver!

Le respondí:

—¿Pero a dónde me voy?

Ella replicó:

—No me importa, pero te vas tú, no yo.

La decisión de irme del apartamento fue difícil. Me quedé pensando: “¿A dónde voy? ¿A un hotel? No, porque la gente se daría cuenta de inmediato”. Entonces decidí llamar a Mauricio, el bacteriólogo, para pedirle posada y poder desahogarme con él.

Tan pronto lo llamé, me contestó y me dijo: 

 

—Claro que sí, mi amigo. Ven, que aquí en mi modesto hogar hay espacio para ti. 

 

Le conté todo lo sucedido con Amalia, y me dijo: 

 

—Severo rollo en el que estás metido. La verdad, la cagaste... y en grande. 

 

No sabía cómo pedirle perdón a Amalia ni cómo lograr que me perdonara por mi falta. Continué con mi rutina en la clínica; ella estuvo una semana sin ir, y yo estaba realmente preocupado por su ausencia. Trataba de comunicarme con la chica del servicio doméstico para que me comentara cómo estaba Amalia. 

 

Después de una semana, regresó a la clínica, pero me evitaba a toda costa. Fue entonces cuando tomé la decisión de viajar a Bogotá para adelantar unas gestiones ante las EPS. Estando allí, sentí la obligación de visitar a mi hijo. Sin embargo, el número de Tatiana estaba inactivo. Era normal en ella cambiar de número constantemente, pero yo tenía la dirección donde vivía, así que fui hasta allí. 

 

Me encontré en la casa con una mujer adulta que cuidaba del niño. Le comenté que yo era el padre del menor, y ella dijo: 

 

—Gracias al cielo que apareciste. Ya estaba a punto de entregar al bebé al Bienestar Familiar. 

 

—¿Y Tatiana? —pregunté. 

 

—Se fue hace tres meses para México, y desde entonces no he recibido una llamada de ella. Solo me dejó algo de dinero, que ya se está agotando. Es como si se la hubiera tragado la tierra; no sé qué pasó con ella. 

 

La mujer continuó: 

 

—Qué bueno que apareciste tú, para que te encargues del niño y de la casa, porque yo me voy. Tatiana es una irresponsable. Imagínate irse sin volver a llamar, dejarlo totalmente abandonado... o quién sabe si algo malo le pasó. 

 

La casa donde vivían era propiedad de la clínica; la había comprado exclusivamente para Tatiana y el niño. Ahora me sentía abrumado con la noticia de su desaparición y, más aún, con la responsabilidad de cuidar a un bebé, algo de lo que no tenía ni idea. Me sentía acorralado por las circunstancias, como si todo se estuviera viniendo en mi contra. 

 

Le pedí a la mujer que me acompañara esa tarde mientras pensaba qué hacer. Estuve allí toda la tarde hasta que tomé la decisión de llevar al niño al apartamento de Bogotá. 

 

La señora preparó la pañalera, los teteros y me dio algunas recomendaciones. Se despidió del niño llorando, me entregó las llaves y se fue. 

 

Salí con el bebé en compañía de mi conductor y el escolta. Al llegar al apartamento, me llevé la sorpresa de encontrar a Amalia. Me miró y me dijo: 

 

—¿Qué haces tú aquí? ¿Y por qué tienes a ese bebé? Me imagino que también traes a la mamá. 

 

Le respondí que no, y le conté la historia. Ella, conmovida, miró al niño, quien le regaló una sonrisa que doblegó su corazón. Lo traía en un coche para bebés, y ella lo sacó para cargarlo. 

 

El niño, de inmediato, intentó buscar sus senos para amamantarse. Ella me dijo emocionada: 

 

—Mira, igual que la primera vez. 

 

Esa noche jugó con él, lo arrulló hasta dormirlo y me pidió que la dejara dormir con él mientras le compramos una cuna. 

 

Al día siguiente, me sugirió que interpusiera una demanda por abandono del niño por parte de la madre, para obtener la custodia y que Tatiana perdiera la patria potestad. Fuimos a la comisaría de familia en compañía de Amalia y Manolo, y pasamos toda la mañana en esas diligencias. Ella se veía muy feliz con el niño. 

 

Al salir, le comenté que debía buscar otro lugar para quedarme en San Jacinto, porque no podía llegar a casa de Mauricio con un nuevo inquilino. De inmediato, Amalia me dijo: 

 

—Vuelve al apartamento, pero no pienses que te estoy perdonando la canallada que me hiciste. Lo hago solo por el niño. 

 

Decidimos quedarnos ese fin de semana en Bogotá, compartiendo con el niño. Aprovechamos para ir de compras: De juguetes, ropa y todo lo necesario. 

 

El domingo visitamos un centro comercial. Al entrar en una de las tiendas, una de las empleadas nos recibió diciendo: 

 

—¡Qué linda familia! 

 

A lo que Amalia respondió con una sonrisa:  

 

—Gracias. 

 

Al finalizar el día, regresamos agotados por las compras. Amalia y Manolo dormían en la alcoba principal mientras yo los observaba en silencio. Me preguntaba qué habría sido de Tatiana. Miraba fijamente a Manolo: su inocencia, su ternura, lo frágil e indefenso de su humanidad. Él desconocía toda la turbulencia que rodeaba su corta existencia: el abandono de su madre. Pero también tenía un padre que lo amaba y lo iba a proteger, y una madrastra dispuesta a asumir el rol de madre. 

 

Sin embargo, el miedo de que Tatiana reapareciera para reclamar sus derechos como madre me atormentaba. Sabía que eso también afectaría a Amalia. 

 

El lunes en la noche regresamos a San Jacinto con un nuevo miembro en la familia. No habíamos discutido cómo lo presentaríamos a los demás. Ese día, por casualidad, Rebeca llegó al apartamento justo cuando estábamos entrando. 

 

—Hija, ¿y ese bebé? —preguntó sorprendida. 

 

Amalia respondió: 

 

—Hola, madre. 

 

Se saludaron y Amalia continuó: 

 

—Espera, nos acomodamos y ya te cuento.  

 

Mientras terminábamos de ingresar al apartamento, Amalia me susurró al oído: 

 

—No sé qué decirle a mi madre. 

 

Le respondí: 

 

—Déjamelo a mí. 

 

Cuando salimos a la sala, Rebeca sostenía a Manolo en brazos. Entonces le dije: 

 

—Era un secreto que teníamos guardado. Decidimos adoptar un bebé, y lo hicimos. Está precioso, pero se notaba cierto malestar en su rostro. Luego se fue con el bebé al cuarto. Allí habló con Amalia y la increpó, diciéndole por qué una decisión tan importante no la había consultado con ella ni con su padre, y por qué no habíamos agotado todas las posibilidades.

 

Amalia le respondió:

 

—Madre, el niño ya está aquí. Es una decisión mía y algo que ya no puedo cambiar. Así que, por favor, acepta mi decisión y apóyame con el bebé.

 

 

Las movidas de Jalisco

Para ese momento, la fortuna de Jalisco era incalculable. Era el amo y señor de la contratación regional, lo que incluía las petroleras, las fuerzas militares, la alcaldía de San Jacinto —la que recibía el presupuesto más grande del país en regalías petroleras—, y la gobernación. Ahora que había escalado al orden nacional, se había convertido en un prominente constructor de obras civiles, con oficinas de su firma distribuidas por todo el país.

Jalisco era un hombre extremadamente ambicioso. Su deseo no lo saciaba nada, y, al escalar a las esferas del poder nacional, se rodeó de senadores, ministros y candidatos presidenciales. También era amigo de varios jefes paramilitares de diferentes regiones, lo que le permitía extender cada día más su influencia. Para las elecciones al Senado, apoyó a varios candidatos tanto a la Cámara como al Senado.

Posteriormente, en las elecciones presidenciales, respaldó a un candidato de ultraderecha que se presentaba como su pupilo, quien finalmente ganó. Para entonces, se rumoraba en los medios nacionales que el próximo ministro de Vías y Transporte sería el ingeniero Pedro Jalisco. Este había ganado méritos con su trabajo dentro de la campaña presidencial y estaba seguro de su nombramiento. Sin embargo, lo que él desconocía era el poder de los medios.

Los medios de comunicación se encargaron de enlodar su nombre para sabotear su designación mediante una campaña de publicidad negra previa a su postulación. Lo vinculaban con el paramilitarismo, varias masacres, el narcotráfico y con un personaje apodado "el Gringo". El desprestigio fue tal que, cuando llegó el momento de su nombramiento, Jalisco había decidido desistir para no causarle problemas al recién posesionado presidente.

“¡Hijos de puta! Esos periodistas me echaron a perder mi oportunidad de ser ministro. ¡No puede ser! ¿Quién diablos está detrás de esto? ¡No lo puedo ver!”, se lamentaba Jalisco, profundamente afectado por la pérdida de su anhelo.

La pedida de mano de Emilia

El viejo Francisco Linares convocó a toda la familia al hato Las Margaritas un fin de semana. El motivo ya era conocido por todos: la pedida de mano de Jalisco a Emilia. Ese día, el hato estaba acordonado por varios anillos de seguridad a cargo de la Armada, liderados por el coronel Fariñas, gran amigo de la familia y, por supuesto, de Jalisco. La casa principal estaba decorada para la ocasión, especialmente ahora que el hato era propiedad de Emilia.

Jalisco llegó acompañado de un imponente esquema de seguridad. Los carros de alta gama eran numerosos, y más de ochocientos miembros de la familia asistieron al evento. En el gran caney, en la mesa principal, se encontraba el viejo Francisco en la cabecera. En los extremos se ubicaron Jalisco y Emilia.

Llegamos temprano con el nuevo miembro de nuestra familia. Todos preguntaban con curiosidad, y respondíamos que pronto les contaríamos. Nos ubicamos en la mesa principal. Don Francisco, con su tono pausado, tomó la palabra. Aunque los años ya le pesaban, su rol de patriarca aún lo mantenía al frente de estos eventos familiares. Como era costumbre, llevaba su sombrero blanco de ala ancha, de filtro traído por uno de sus nietos desde los Estados Unidos, acompañado de su inseparable esposa, doña Sara.

El viejo Francisco presentó a la pareja de novios y cedió la palabra a Jalisco, quien se desbordó en halagos hacia su amada. Le expresó todas las cualidades que ella poseía como mujer y lo mucho que la amaba. Con su voz grave y su tono firme, Jalisco cautivó al auditorio, adornando sus palabras con gran habilidad. Luego, formalizó la petición de la mano de Emilia a don Francisco, quien, con emoción, aceptó y expresó que era un honor integrarlo a la familia.

Ese día, Emilia lucía en su dedo anular una hermosa joya: el anillo de compromiso que Jalisco le había entregado. La fecha de la boda se programó para julio en Cartagena de Indias, y se planificó como uno de los eventos sociales del año. El matrimonio se llevaría a cabo en la Catedral Santa Catalina de Alejandría, y toda la alta sociedad estaba invitada, tal como Jalisco deseaba.

Tras la intervención de los novios, se presentó la empresa encargada de organizar el matrimonio. Tomaron nota de los nombres de cada miembro de la familia para coordinar vuelos, estilistas, artistas y demás detalles del evento. Se estimaba la asistencia de unas cinco mil personas, y los padrinos serían el presidente y su esposa.

La cara de Emilia irradiaba felicidad. Nos acercamos a saludarla y felicitarla. Con mucha emoción, me dijo: “Ven acá, mi sobrina favorita”, y luego me abrazó con alegría. Después, se apartó un momento con su tía para conversar sobre los detalles de la boda y la luna de miel.

Por mi parte, me dirigí hacia Jalisco, quien hablaba con don Francisco. Lo felicité con un fuerte abrazo, y él me respondió con una sonrisa: “Gracias, Guille”. Nos apartamos un momento para hablar. En tono de broma, le pregunté por su despedida de soltero. Soltando una carcajada, respondió: “¡Hay que hacer una a la altura de las circunstancias!”.

Me contó que se irían de luna de miel a Hawái y me dijo: “Hace mucho que no hablamos. Quisiera conversar sobre política, negocios y tu vida. Por ahí ya me han contado algunos pecados tuyos”. Avergonzado, me sonrojé, y él, en tono jocoso, agregó: “No te acomplejes, hermano. ¿Quién no ha tenido un desliz?”.

La fiesta continuó toda la tarde y parte de la noche. Manolo, el nuevo miembro de la familia, fue el centro de atención entre las mujeres, que se peleaban por cargarlo en brazos. Sin planearlo, ese día presentamos al bebé a la familia.

Sin embargo, Rebeca no ocultaba su malestar. Amalia, aunque incómoda con la actitud de su madre, prefirió guardar silencio. Su padre, en cambio, se mostró feliz con el niño y le dijo: “Lo que te haga feliz a ti, a mí también me hace feliz”.

 

La tía Julia

El día de la fiesta conocí a la tía Julia, una mujer muy particular: imprudente, extrovertida y con un tono de voz especial, chillón y alborotado al hablar. Venía acompañada de su esposo, un hombre mayor que ella, a quien casi no dejaba hablar y corregía constantemente. Tenía dos hermosas hijas.

Amalia me contó que era hija de una relación extramatrimonial de don Francisco. Tenía un temperamento volátil y explosivo, y siempre se sentía relegada por ser una hija bastarda. Sin embargo, cuando visitaba a la familia, solía armar uno que otro escándalo. Todos ya sabían cómo era, pero también reconocían que era una persona muy servicial.

Julia tenía una enorme casa en Bogotá, conocida como "la embajada de San Jacinto". Allí había establecido una residencia donde acogía a todo aquel oriundo de San Jacinto o que hubiera pasado por esas tierras. En las épocas difíciles de Jalisco, él había pasado muchas noches allí, al igual que el Gringo y Manba. Desde los más ilustres hasta los más detestados habían sido recibidos con su hospitalidad. Julia no hacía distinciones a la hora de ayudar, y mucho menos si alguien enfrentaba una calamidad de salud.

En esta residencia, se aseguraba de que quienes llegaran tuvieran acceso a atenciones médicas y citas en los hospitales de Bogotá. Julia era amiga de muchas chicas y jóvenes encargadas de asignar citas en diversas instituciones de salud de la capital. Era conocida por su carácter caritativo, su corazón inmenso y bondadoso. Don Francisco solía decir: “Esta hija mía ya tiene ganado el cielo. Puede tener sus defectos, pero lo que hace por los demás no lo hace nadie”.

A pesar de sus gritos y su energía inagotable, Julia se movía por toda la casa organizando cosas, dando órdenes, construyendo nuevas habitaciones o remodelando las existentes. Era una mujer hiperactiva. Su esposo, en cambio, era más bien apacible y sumiso, un hombre de buena vida que era gobernado completamente por ella. Julia incluso le decía cómo debía vestirse. Vivía a su costa, asistía religiosamente a misa dos veces al día y pasaba santiguándose continuamente.

Don Francisco había comprado el edificio donde funcionaba la residencia, pero todos lo llamaban "la embajada de San Jacinto". Su esposo había trabajado como agente del DAS y, de vez en cuando, contaba historias sobre sus éxitos en el servicio. No obstante, Julia lo callaba con un grito: “¡Deja de hablar tantos embustes y ayúdame a trabajar, que tenemos que sacar adelante a estas muchachas!”.

Julia era la cabeza de ese hogar. Todo se hacía según sus decisiones. A pesar de los ingresos que generaba la residencia, el dinero no alcanzaba, ya que muchos huéspedes abusaban de su buen corazón, dejando deudas por hospedaje y comida. Julia nunca le negaba nada a nadie: ni bebida, ni comida, ni un lugar para dormir.

Cuando la conocí aquel día, debo admitir que no me agradó. Sin embargo, con el tiempo aprendí a quererla por su calidez y lo humanitaria que era. Aunque algo alocada, era un ser humano excepcional

Reunión con Jalisco

En la fiesta de la pedida de mano de Emilia, Jalisco me comentó que necesitábamos reunirnos para hablar sobre negocios, política y otros temas. Tres días después, me llamó y me dijo que fuera a Villa Jalisco. Llegué muy temprano. Allí me esperaba en un hermoso kiosco con dos chinchorros. Me dijo: “Escoge uno, que ya vengo”.

Lo esperé unos minutos. Al llegar, me preguntó por Amalia y cómo iban las cosas con ella. Luego añadió: “Ahora eres papá”. Le respondí que habíamos adoptado un niño, pero él, directo como siempre, replicó: “No me vengas con cuentos, que ya sé toda la historia”.

Apenas dijo eso, cambié el tema y le pregunté por Emilia. Jalisco negó con la cabeza y, como si supiera que yo necesitaba saber algo más, me dijo: “Lo otro que te quiero contar es sobre Tatiana”.

Intrigado, le pregunté qué sabía de ella. Entonces comenzó a relatar: “Está presa en México. Esa china loca se fue de mula”. Me quedé impactado y pregunté más detalles. Me dijo que estaba enfrentando una condena de entre 10 y 25 años por la justicia mexicana. Agregó: “Su situación es difícil. Eso me lo contaron Diana Ángel y Violeta cuando hablaron con Amalia en la clínica. El día que fueron a buscarte, no te encontraron. ¿No te contó Amalia?”.

Sorprendido, respondí que no sabía nada. Jalisco continuó: “Sería gastar un mundo de plata para que le reduzcan la pena a lo mínimo, que son diez años, o dejarla pudrirse allá. Me da pesar con la china”.

Conmovido, le dije: “Y a mí peor, ¿no ves que es la mamá de mi hijo? ¿Qué me aconsejas, Pedro?”. Él respondió: “Yo puedo colaborar con unos 20 mil dólares. Ponle que todo cueste unos 50 mil dólares. Tienes que ir a México o enviar a alguien que se encargue de la situación. Contrata un abogado allá. Ah, y Diana Ángel llevaba unas cartas de ella para ti, pero decidió entregármelas a mí para que yo te las diera”.

La situación de Tatiana en México era, sin duda, lamentable. Le dije que por supuesto haría todo lo posible. Ese día también hablamos de su fallido nombramiento como ministro. Con amargura, me comentó: “Esos hijueputas periodistas... pero voy a averiguar quién fue el del complot, y pobre de ese hijueputa”.

Finalmente, Jalisco concluyó: “Otro día trataremos temas más importantes. Dejemos este asunto para cuando tengas la cabeza más calmada”. Le respondí que siempre sería un placer conversar con él, y así nos despedimos.

 

Cartas de Tatiana

Salí con afán de Villa Jalisco rumbo a la clínica, devorado por la ansiedad de saber qué decían las cartas. Llegué a la clínica y me dirigí a la oficina de gerencia. Solicité a la secretaria que no permitiera la entrada de nadie, incluida Amalia o cualquier otra persona, al menos durante una hora. Entré apresurado a mi oficina y comencé a leer la primera carta, fechada el 08 de abril de 2005.

Allí me narraba los eventos que precedieron su captura. Decía lo arrepentida que estaba y mencionaba que sabía que el bebé estaba conmigo. Me imploraba que no la dejara pudrirse en ese infierno en el que vivía, asegurando que yo era la única persona que podía ayudarla. Me pedía que cuidara muy bien de nuestro hijo y recordaba las palabras que solía decirle: "No seas ambiciosa, el dinero no lo es todo".

Tatiana continuaba: "Hoy anhelo a mi hijo y no lo tengo. Él crecerá creyendo que otra mujer es su madre y tal vez la llegue a querer más que a mí. Guillermo, aquí es terrible. Por favor, no me dejes morir en este hueco. He vivido lo peor de mi vida aquí. Sé que tienes un corazón lindo. Bebé, ayúdame, por favor".

Ese día me sentí profundamente conmovido por la tragedia que vivía Tatiana, pero, sobre todo, por mi hijo, quien también estaba involucrado en esta situación. Antes de salir de la oficina, guardé cuidadosamente las cinco cartas restantes que aún no había leído.

Salí caminando lentamente hacia el parqueadero de la clínica. Al encender el carro, el conductor y el escolta me preguntaron si algo me pasaba. No les dije nada, solo respondí que quería ir a casa.

Cuando llegué al apartamento, fui directamente a la alcoba principal. Allí estaba Amalia, feliz y entretenida, asumiendo su rol de madre. Manolo soltaba intensas carcajadas que llenaban de alegría a Amalia. Nunca la había visto tan feliz.

Un rato después, Amalia me preguntó: "Amor, ¿te pasa algo? Te noto tenso y raro". Le respondí que no, aunque por dentro pensé: "Carajo, esta mujer me conoce demasiado, o soy demasiado expresivo con mi actuar".

Esa noche no pude dormir, pensando en cómo inventarme una excusa para ir a Bogotá y, más aún, para viajar a México. También consideré a quién podía confiarle una diligencia de tanta responsabilidad. Entonces, recordé a mi amigo Mauricio, el bacteriólogo que trabajaba en la clínica y era una persona de absoluta confianza.

A la mañana siguiente, con un plan más claro, mandé a llamar a Mauricio a la oficina de gerencia. Atendió mi llamado de inmediato. Le conté sobre la desgracia de Tatiana y le pedí el favor de encargarse del asunto. Le aseguré que yo cubriría todos los gastos y que confiaba plenamente en él para realizar esa tarea tan delicada.

Para justificar el viaje, inventé una invitación de una compañía de suministros tecnológicos para laboratorios. Junto a Mauricio, viajé a Bogotá. Allí contacté a Jalisco, quien me proporcionó los datos de unos abogados en México y me entregó el aporte económico que había prometido.

Compré los pasajes de Mauricio, quien ya tenía la dirección de la cárcel en México, el número del expediente y el contacto en el Distrito Federal donde se reuniría con el abogado encargado del caso de Tatiana. Llegamos a Bogotá un lunes, y el jueves Mauricio viajaría al D.F. por quince días. Durante ese tiempo, esperaba que lograra hablar con Tatiana, reunirse con el abogado y dejar encaminado el proceso de su defensa.

 

Habíamos acordado comunicarnos únicamente a través de mi teléfono móvil y en horarios en los que yo no estuviera en el apartamento.

Regresé ansioso por tener noticias de ella. También le había enviado un dinero extra para que pudiera sobrevivir en la cárcel; no era mucho, pero algo le serviría. No supe nada hasta el lunes, y las noticias no eran muy alentadoras. Todas las pruebas estaban en su contra. Sin embargo, el abogado comentó que había que interponer algunos recursos, ya que se habían violentado sus derechos a la defensa. Eso retrasaría su proceso de sentencia, pero podría conseguir una condena mucho más corta.

Le pregunté al abogado qué significaba "mucho más corta" y me respondió que serían entre 9 y 10 años, cuando inicialmente podría haber enfrentado hasta 25 años de prisión.

Mauricio me contó que había logrado hablar con ella y entregarle el dinero. Ella le agradeció profundamente y le mencionó que sabía que tanto él como Jalisco habían contribuido para financiar al abogado. Mauricio también me relató que Tatiana lloraba con amargura y desconsuelo por su situación. Entre sollozos, le había dicho:

"Soy una estúpida. Por ambiciosa, mire dónde estoy: vuelta mierda, llevada, sin ver a mi hijo. Lo peor es que no sé cuándo podré hacerlo. Dígale a Guillermo que lo amo y que le agradezco todo lo que hace por mí, por no dejarme sola".

 

Después de hablar con Mauricio, sentí un gran pesar por la tragedia de Tatiana. Me llené de rabia contra ella por lo irresponsable y descuidada que había sido con su vida. Decidí distraerme leyendo las otras cartas que, de manera sigilosa, había guardado en mi oficina. En la segunda carta, fechada en mayo de ese mismo año, me relataba toda su tragedia dentro del Centro Femenil de Readaptación Social (Tepepan). 

 

Tatiana era una mujer muy frágil para soportar esa situación. No tenía la fortaleza física ni la mente retorcida que allí se requerían para sobrevivir en medio de una jauría de lobas hambrientas y pervertidas. Estas mujeres solo buscaban someterte y convertirte en su esclava sexual. Nunca en mi vida me ha disgustado la idea de tener relaciones con otras mujeres, pero aquí lo he aborrecido, porque me ha tocado hacerlo por pura obligación. En el poco tiempo que llevo aquí, he tenido que acostarme con mujeres que solo me generan desprecio. La comida es horrible y el frío es insoportable. 

 

No sé si vaya a aguantar. La única ilusión que me mantiene es volver a ver a mi hijo. Los primeros días que llegué aquí tuve que dormir en el piso porque no tenía colchoneta. Después, gracias a unos "favores" que le hice a Lola, la líder del patio me consiguió una. Ya te imaginarás qué tipo de favores. 

 

También hay una guardiana que está muy enamorada de mí, y la he aprovechado para sacarle cosas. Sin embargo, aquí todo es un infierno.

Algunas de las mujeres aquí están condenadas por asesinato, otras por robo. Yo soy la única sindicada por narcotráfico. El resto ya está sentenciado, y me han dicho que, tan pronto me condenen, me enviarán a otro reclusorio; lo más probable es que sea al de Santa Martha Acatitla.

Por primera vez en mi vida he sabido lo que es trabajar. Paso casi todo el día en la lavandería, el único lugar donde me he podido acomodar, porque la cocina no es lo mío. También voy al gimnasio y hago mucho ejercicio para poder dormir. Hay días en los que lloro mucho. Por favor, envíame fotos de mi bebé.

He empezado a cogerle cariño a la lectura, porque siento que en este encierro voy a enloquecer. Estoy pensando en terminar mi bachillerato y estudiar una técnica en contabilidad. Aquí, mis días pasan de grises a oscuros, llenos de depresión y melancolía.

Las únicas cartas que he recibido son de mis eternas amigas, Diana Ángel y Violeta. La única visita que he tenido ha sido la del abogado de oficio, quien, por cierto, me ha insinuado su interés de manera descarada. Es un joven apuesto, y yo le correspondo sus galanterías con miradas provocativas, solo para ilusionarlo.

Terminé de leer la segunda carta y continué con mi rutina en la clínica. La secretaria me preguntó por la doctora Amalia: si estaba enferma, porque últimamente no frecuentaba la clínica y había muchos asuntos represados a su cargo. Me preocupé y, de inmediato, asigné a un responsable en la subgerencia administrativa para que le ayudará.

Después de atender mis labores como gerente de la institución de salud más pujante de San Jacinto, reflexioné sobre lo mucho que había crecido la clínica. Hacía tiempo que habíamos superado la capacidad resolutiva del hospital, y el portafolio de servicios era mucho más amplio.

En ese tiempo, le había pedido a Rebeca que se retirara del hospital para apoyarnos en la clínica. Al final, era una empresa familiar, y ella aceptó. Entró a reforzar las actividades que estaban a cargo de Amalia, quien había asumido su rol de madre a tiempo completo.

En San Jacinto, por mucho tiempo, se vivió en paz y tranquilidad. Sin embargo, ahora el dominio del Gringo era absoluto. Omar estaba por culminar su mandato, y la fecha de elecciones se aproximaba. Los nombres de los candidatos comenzaban a sonar en la palestra pública.

 

Elección del candidato a la alcaldía

Por esos días, Jalisco me volvió a invitar a su finca de recreo. Allí me esperaba con un grupo de ilustres empresarios, comerciantes del pueblo, ganaderos y palmeros. El saludo de los asistentes fue efusivo. Nos reunimos en el auditorio que tenía la finca.

Jalisco comentó que el propósito de la reunión era elegir, entre los presentes, al candidato a la alcaldía para la próxima contienda electoral. Le pregunté quiénes eran los postulados, y él respondió:
—Pues aquí, entre todos, hemos querido postularte a ti por tus logros como empresario y por el cariño y aprecio que te tienen los sanjacinteños.

Les agradecí la postulación, pero les dije que no podía aceptarla. Les expliqué que tenía un espejo en el que mirarme: la muerte de Miguel. Además, sabía que mi familia jamás aceptaría mi postulación con ese antecedente.

Quedaron desanimados con mi respuesta, pero Jalisco insistía. A pesar de ello, me mantuve firme y no acepté. Al finalizar la mañana, concluyó la reunión con el acuerdo de buscar un nuevo candidato.

Regresé al apartamento. Amalia no se separaba de Manolo, quien ya empezaba a pronunciar sus primeras palabras. Ese día había dicho "mamá", lo que fue un momento emocionante para toda la familia.

Le conté a Amalia sobre la propuesta que me habían hecho para ser candidato a la alcaldía, y su reacción fue inmediato:

—No. Con lo de Miguel, yo no quiero saber nada de esa alcaldía.

Sin embargo, Jalisco era astuto. Decidió usar a Emilia para convencer a Amalia. Sabía que, con su aprobación, sería más fácil obtener la mía. Durante varios días, Emilia y Pedro Jalisco frecuentaban el apartamento con el pretexto de visitar a su ahijado. Según ellos, iban a ser los padrinos, y finalmente lo fueron.

Elección del candidato a la alcaldía

Llegó la fecha para inscribir candidatos a la alcaldía de San Jacinto, y Jalisco seguía sin encontrar a alguien que tuviera el favor del pueblo o, al menos, que fuera un buen candidato.

Como yo no acepté la postulación, me pidió que, por lo menos, acompañara al candidato y lo promocionara. Le dije que sí. Su candidato era un agrónomo del palmar, poco conocido. Era el único que se había atrevido a lanzarse.

Jalisco lo llevó a Bogotá para pulir su discurso, ya que el hombre era más bien osco al hablar y malhablado. A pesar de todo, Jalisco insistió en que no había más opciones.

Por el lado contrario, volvieron a postular a Ramón González, un candidato muy fuerte en ese momento, que gozaba del cariño y aprecio de los habitantes del municipio.

La disputa por la alcaldía era difícil, y Jalisco se lamentaba constantemente de que yo no hubiera aceptado ser el candidato. Pedro Jalisco se veía muy preocupado, pues temía perder el control de la alcaldía de San Jacinto. Por ello, acudió a hablar con el Gringo, quien le aseguró:
—No te preocupes, ya tengo todo cuadrado con Ramón González. Él será el alcalde, pero el poder seguirá siendo nuestro.

Sin embargo, esa idea no terminaba de convencer a Jalisco. No confiaba en Ramón ni creía que honraría los compromisos cuando llegara al poder.

Llegó el esperado domingo que pondría fin a la disputa electoral. A las 7 p.m., ya se sabía que el nuevo alcalde era Ramón González. En su discurso, Ramón prometió llevar al municipio a una paz total, con tolerancia cero hacia los grupos al margen de la ley y cero corrupción.

De inmediato, Jalisco habló con el Gringo:
—¿Y este tipo qué está pensando con ese discurso? ¿Qué nosotros estamos pintados?

El Gringo expresó su molestia con Ramón por su discurso desafiante contra las autodefensas. Sin embargo, añadió:
—Esperemos a ver qué mensaje nos manda después.

Jalisco, astuto, no desaprovechaba la oportunidad para echar leña al fuego y envenenar al Gringo contra Ramón. Los primeros días de la administración fueron tensos, pero, con el tiempo, las asperezas comenzaron a limarse.

En una ocasión, mientras estaba en Villa Jalisco, le aconsejé a Pedro que bajara el tono de su disputa con el alcalde Ramón. Le advertí:
—Si sigues así, el Gringo terminará matándolo. Y eso sí acabaría con cualquier posibilidad de que Amalia o yo tengamos interés en postularnos en el futuro.

De inmediato, los ojos de Jalisco brillaron, y me preguntó:
—¿Estás pensando en ser candidato para las próximas elecciones?

—Pues ya no me disgusta la idea. Creo que es tiempo de retribuirle a este pueblo todo lo que me ha dado.

Jalisco entendió el mensaje. Desde ese día, bajó la intensidad de sus ataques verbales hacia Ramón. Incluso, en una ocasión, intercedió para que el Gringo desistiera de la idea de matarlo. Habló con ambas partes y lograron llegar a un acuerdo.

La administración de Ramón González inició, como siempre, con la ilusión de un pueblo esperanzado en su nuevo gobernante. Sin embargo, con el paso de los días, esa ilusión se fue diluyendo entre escándalos de corrupción y la vida de excesos del alcalde. Ramón ya no era el hombre humilde que les había pedido el voto. Se había convertido en un hombre soberbio y ególatra, propietario de múltiples inmuebles en San Jacinto, Villavicencio y en el extranjero.

Sus familiares no ocultaban su nueva vida de lujos y compartían orgullosamente en redes sociales sus viajes al exterior, provocando la indignación de muchos sanjacinteños.

 

Llegó el momento en que el pueblo aborrecía a Ramón González. Surgieron conatos de revocatoria del mandato, liderados por su propio sobrino, Óscar, quien se había convertido en su principal opositor. Óscar salía constantemente en la radio, acompañado de su esposa Daniela, para criticar al alcalde con dureza.

Óscar era un hombre amanerado, de esos que hoy llaman "metrosexual", aunque yo lo consideraba un maricón que no había salido del clóset. Era blanco, rubio y de ojos verdes. Por otro lado, su esposa, Daniela, era una joven de origen indígena, de rasgos fuertes que, con solo mirarla, dejaban claro su vínculo con las comunidades originarias. Daniela era una de las pocas lugareñas que había tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero. Gracias a su condición de indígena, había cursado estudios de derecho en la Sorbona, en Francia. Se destacaba como activista y líder social de amplio reconocimiento.

Óscar, según decía, era ingeniero de sistemas, aunque corrían rumores de que su título era plagiado. Sin embargo, esto nunca se comprobó.

Por esos días, ambos lideraban la revocatoria contra el alcalde, a quien no dejaban de llamar corrupto y delincuente. Ramón había interpuesto varias querellas por calumnia, pero, aunque en los juzgados no prosperaban, el pueblo daba por ciertas las acusaciones.

CARTA A LOS SANJANCITEÑOS

LA VOLUNTAD DEL PUEBLO

HECHA REALIDAD EN LA REVOCATORIA DEL MANDATO

 

 

Se dice que la voz de Dios es la voz del pueblo y así lo es, en su máxima expresión el soberano pueblo es quien decide los destinos de los pueblos y cada pueblo se merece la fortuna o la desgracia de tener un buen o mal gobernante.

 

San Jacinto, municipio que ha tenido el honor de ganar el premio a la democracia, esta hoy a las puertas de pasar a la historia dando   ejemplo de madurez, en el desarrollo de la democracia evolucionan para bien, dándonos una demostración de civismo de unión y de demostración que cuando se quiere se puede.

 

 

Un pueblo no puede vivir sometido a la negligencia de un mal gobernante, a la torpeza de sus actos y al abandono de su pueblo; la mezquinad y la soberbia hizo rebozar la copa de todo un pueblo, reflejada en una revocatoria del mandato de un alcalde por primera vez en el departamento. Por qué cuatro años son pocos para un buen gobernante, pero un siglo para uno malo.

 

La importancia de que este paso se de en el país, nos demuestra que el poder absoluto y soberano es del pueblo, pero tiene que cristalizarse para demostrarle no solo al actual administrador si no a todos los gobernantes que la voluntad de los pueblos prima; que los pueblos se cansan de tanto atropello.

 

Que nuestros pueblos quieren otros rumbos, que desean dirigentes comprometidos con el desarrollo, que sientan y vivan las necesidades de la gente; que su vocación de servicio no sea otra que la de servirle a su comunidad, con absoluto desprendimiento a todo anhelo de riqueza y de derroché de los recursos del estado.

 

¿Será que el pueblo podrá decidir?

 

Eso solo lo podremos decir cuando la registraduría emita su concepto si llama al pueblo a elecciones o no. Al respecto mucho se ha dicho; que el alcalde Ramon González ya compro al registrador que eso no va a pasar nada, que muchas gracias a la gente de la revocatoria que gracias a ellos el alcalde repartió contratos a diestra y siniestra, bueno en río revuelto ganancia de pescadores.

 

Que el alcalde cuenta con una hiper mega base de datos de todos los ciudadanos de San Jacinto que firmaron el referendo revocatorio y de los que se retractaron, para poder decir a quien atiende o no en su despacho y que se atengan si lo de las firmas se cae por que hambre es lo que van a aguantar.

 

Con esta carta Oscar González llamaba al pueblo a sublevarse en contra de su gobernante y era una proclama de victoria

 

Rocita, la esposa del alcalde, llamó a Daniela para invitarla a su casa. Daniela asumió que la llamada tenía un propósito político y, al llegar, le dijo:
—Si me llamas para proponerme alguna de las cochinadas que tu marido le propuso a Óscar, mejor ahórrate el tiempo.

Rosita, con suavidad, respondió:
—No, mija, sabes que la política no es lo mío. Te invité porque hay cosas de mujeres que quiero comentarte.

A pesar de sus sospechas iniciales, Daniela aceptó la invitación porque apreciaba a Rosita, quien además era su madrina. En la casa, hablaron de todo un poco, evitando cuidadosamente el tema de la política. Al final de la visita, Daniela preguntó:
—Madrina, pero ¿para qué me invitó realmente?

Rosita suspiró profundamente antes de responder:
—Ay, mija, no sé cómo decírtelo, pero… Óscar, ese desgraciado, te está siendo infiel.

Daniela reaccionó con incredulidad.
—No, madrina, eso son chismes.

—No, hija, yo misma lo vi con mis propios ojos. Y si te lo digo, es porque es verdad.

—¿Y con quién? —preguntó Daniela, ahora más inquieta.

—Con una china, la hija de doña Berta.

Daniela se quedó petrificada al escuchar el nombre.
—¡No me digas! Pero si ella es una de nuestras principales recolectoras de firmas y activista del comité de revocatoria.

La revelación encendió la ira de Daniela, pero Rosita intentó calmarla.
—Hija, tómate las cosas con cabeza fría. No vayas a hacer ninguna locura.

Sin embargo, Daniela no pudo contener las lágrimas.
—Ese desgraciado… solo me ha utilizado para sus propósitos, nada más.

Salió de la casa con el alma adolorida y envenenada contra Óscar y Tania. Al llegar a su casa, lo primero que encontró fueron las cajas con las firmas de la revocatoria. En un arrebato de ira, las llevó una a una al patio, donde encendió una hoguera para quemarlas.

El humo y las altas llamas llamaron la atención de los vecinos, quienes rápidamente se acercaron al lugar. Óscar no tardó en llegar y, al ver lo que Daniela había hecho, exclamó:
—¡Mujer, ¡qué has hecho!

Ella, con el dolor a flor de piel, le respondió con una bofetada antes de lanzarse sobre Tania, que estaba cerca.
—¡Zorra! ¡Traicionera! ¿No pudiste buscar a otro más que a mi marido? Te di toda mi confianza para que ahora te revolcaras con él.

Óscar, atando cabos, entendió lo que ocurría. Intentó consolar a Daniela, pero ella, llena de rabia, le gritó:
—¡Lo sé todo!

Desesperado por las firmas quemadas, Óscar trató de apagar el fuego, pero las llamas ya habían consumido la mayor parte de las cajas.
—¿Cómo pudiste hacer esto? ¡Has quemado todo nuestro trabajo!

—le reclamó.

Daniela, con una mirada fría y llena de desdén, respondió:
—A ti lo único que te importa son esas malditas firmas.

La lucha con Tania continuó. Daniela la tenía agarrada del cabello y le gritaba insultos. Óscar, desesperado, intentaba separarlas. Finalmente, Tania logró escapar del agarre de Daniela, quien quedó llorando desconsolada en el suelo, devastada por la traición.

Mientras tanto, Óscar, ayudando a Tania, se alejaba rápidamente del lugar, dejando a Daniela sola con su dolor.

 

Con la traición de Óscar a Daniela, se pondría fin a la primera revocatoria en San Jacinto. Sin las firmas que respaldaran el proceso, este no tenía validez. Óscar se lamentaba profundamente, al igual que Pedro Jalisco, quien ya daba por hecho el éxito de la revocatoria. Decía con enojo: "¡Pedazo de inútil! ¿Cómo fue a dejar las firmas en manos de esa loca, que las quemó?".

El chisme ya había recorrido todo el pueblo. El alcalde, al enterarse de que Daniela había quemado las firmas, exclamaba: "¡Ay, Señor bendito, ¡gracias por protegernos del inútil de mi sobrino! Ahora sí que va a aguantar hambre".

Agradecido con Daniela, el alcalde pidió a su hermano Manuel, conocido como Sentura, que se acercara a ella. Sentura, cuyo apodo provenía de la comunidad indígena, era un hombre singular. Aunque había estudiado en la capital, nunca cambió su forma de hablar y su español seguía siendo un poco trabado.

Sentura era muy conocido en el mundo del deporte por ser un excelente jugador de fútbol. Además, siempre estaba pendiente de las comunidades indígenas. Era una persona servicial y amable, un coleccionista de momentos y emociones. Disfrutaba de las cosas simples y se esforzaba por ser bondadoso y justo con lo que la vida le ofrecía.

Creía firmemente en la reciprocidad: si alguien era bueno con él, lo sería también con esa persona. Sin embargo, ganarse su confianza no era sencillo, pues era cauteloso en ese aspecto. No le interesaban las historias de sufrimiento o dolor, sino rodearse de personas que quisieran vivir plenamente, conscientes de la importancia del cuidado personal y la conexión con la naturaleza.

Místico y fiel a las tradiciones ancestrales, Sentura era un hombre leal en su forma de llevar la vida. Durante la administración de Ramón, fungía como enlace con los pueblos indígenas, gozando de la confianza y aceptación de estas comunidades.

Después de múltiples intentos por parte de Sentura para propiciar el anhelado encuentro entre el alcalde y Daniela, este le hizo numerosos ofrecimientos a título personal. Sin embargo, Daniela dejó claro que lo único que solicitaba eran obras de inversión para las comunidades indígenas del municipio, como compensación por la quema de las firmas de la revocatoria. Sus principios y su moralidad le impedían aceptar dádivas del alcalde, a quien seguía viendo como un hombre corrupto e inmoral.

En caso de que el alcalde quisiera entregarle algo, ella pidió que lo hiciera directamente al pueblo indígena de San Jacinto. Ante esto, el alcalde prometió llevar agua potable, garantizar brigadas de salud, desarrollar proyectos productivos y otras iniciativas típicas de promesas políticas. Pero Daniela no les dio mucha importancia, pues sabía que no cumpliría. Con el paso de los días, todas esas promesas se desvanecieron como simples palabras al viento, dejando a los pueblos indígenas de San Jacinto con la misma realidad de abandono.

Después de este fallido intento de revocar el mandato del alcalde, Daniela regresó a la capital del país como asesora de la Organización Regional Indígena Nacional (ORIC). Además, buscaba superar su tusa. Por su parte, Óscar, días después, se vio obligado a abandonar su natal San Jacinto, pues no encontraba oportunidades laborales debido a que su tío le había cerrado todas las puertas. La persecución que enfrentó fue tan severa que solicitó asilo político en los Estados Unidos y emigró.

Para esa época comprendí cómo eran las disputas territoriales. En esencia, el combustible de la guerra y de la hegemonía de un líder, ya sea de izquierda o de derecha, alzado en armas, proviene del narcotráfico. Con ese dinero, pueden ejercer el control sobre regiones completas. Todo esto tiene su origen en una aparentemente inofensiva planta, a la que he denominado:

 

El árbol de la discordia

A simple vista, es solo una planta inofensiva. No destaca por su grandeza ni por la belleza de sus flores, frutos o madera. Su único valor radica en la savia que emanan sus hojas. En una concurrida calle de San Jacinto, crece de manera natural, visible para todos: un arbusto frondoso, de hojas verdes abundantes y lanceoladas.

Con esta planta se han construido imperios, clanes y carteles; se financian estados, reinados de belleza, campañas políticas y guerras. Es el eje de toda una industria ilegal que gira en torno a su cultivo, transformación y comercialización, extendiéndose a distintas latitudes del planeta.

Algunos la llaman una planta maldita, pues alrededor de sus cultivos solo hay miseria, pobreza, deforestación y violencia. Mientras tanto, día tras día, jóvenes adictos consumen la selva colombiana procesada en laboratorios clandestinos.

En Colombia, las disputas por territorios, rutas y dominios generan infernales guerras. En estas vastas regiones, la ley y el orden son sustituidos por la anarquía de las armas, empuñadas por delincuentes ambiciosos que buscan saciar su sed de riqueza y alimentar sus egos y pasiones.

Muchos clamamos por paz, pero parece una utopía mientras siga existiendo el combustible de la guerra: la demanda de cocaína en los países desarrollados. Aquí, en algún rincón de Colombia, siempre habrá alguien soñando con ser el próximo patrón del negocio, sin importar los riesgos. Porque todos sabemos que esa vida es efímera, volátil e intensa, con un guión predecible cuyo final siempre conduce a una cárcel o al cementerio.

 

 

Tercera carta de Tatiana

Junio de 2005

Te cuento, Gille: ya he dejado de llorar un tanto, aunque debes saber que aún me pego buenas lloradas, añorando los días de mi libertad y, sobre todo, pensando en mi hermoso hijo. Saber que está a tu lado y que está bien me da consuelo ante mi dolor.

Aquí la vida es lenta, los días pasan en cámara lenta y todo se reduce a la rutina diaria. Trato de leer cada día más. Ya el próximo mes comenzaré a estudiar mi bachillerato. Yo había cursado hasta octavo en Colombia, pero aquí clasifican el bachillerato de manera muy diferente a nuestra tierra. Aquí lo llaman "El Bachillerato" y se divide en tres modalidades: general, tecnológico y profesional. Yo quiero hacer el tecnológico en contabilidad, como ya te había contado en una anterior carta.

He conocido a Francia, una mujer muy dulce en el trato, pero vive muy triste todo el tiempo. Está aquí por asesinato. Ella es una mujer demasiado noble; si no me hubiese contado de su propia boca, no le habría creído que mató a alguien. Me contó que tuvo que matar a su pareja porque la maltrataba demasiado.

Él era carpintero en el D.F. Si en Colombia los hombres son machistas, aquí lo son al triple: posesivos, dominantes y suelen castigar a las mujeres, algo que es normal dentro de la sociedad.

Desde muy joven, Francia se había ido a vivir con él con la promesa de matrimonio, pero él nunca se la cumplió. Simplemente convivían y tuvo tres hijos con ella. Los fines de semana, él se iba a tomar y regresaba a casa borracho, con ganas de tener sexo con ella. La agarraba a la fuerza y, si ella no se dejaba, la golpeaba. Así vivió muchos años de maltrato.

Hasta que un día llegó el desgraciado a hacerle lo mismo y la violó. Luego se acostó en una hamaca en el patio de la casa. Ella, como era modista, cosió la parte superior de la hamaca y cogió una tabla entre sus manos. Empezó a golpearlo con tanta rabia y furia por todo el daño causado durante tantos años que no se dio cuenta de que lo golpeó tan fuerte hasta matarlo.

Los vecinos acudieron a auxiliarlo, pero ya era demasiado tarde. Él gritaba desesperado dentro de la hamaca hasta que su voz se silenció. Ese día, solo lo acompañaba su hijo Vicente, quien era el mayor de sus hijos y sabía del maltrato al que vivía sometida su madre por parte de su padre. Vicente lloraba y abrazaba a su madre hasta que llegó la policía y se la llevó.

Ella tiene tres hijos: dos varones y una niña. Los muchachos vienen a visitarla, pero la niña la odia por haberle matado al papá. Ella sufre mucho por su hija porque, en los once años que lleva allí, jamás la ha visitado.

Aquí, la mayoría de las historias son tristes. Los finales felices solo existen en novelas y cuentos de hadas. Esta es la cruda realidad que se mezcla con la pobreza y la necesidad.

Ese día, había llegado bien temprano a la clínica para terminar de leer las cartas. Me encerré en el despacho de la gerencia. Las cartas de Tatiana estaban llenas de tachones; eran escritas de su puño y letra, con miles de errores de ortografía, sin puntuación y con problemas de redacción y semánticos. Pero, al final, entendía su mensaje.

 

 

Cuarta Carta
Julio de 2005

Trato de llevar una vida tranquila, evitando dañar mi armonía con nadie para no tener problemas, aunque siempre hay resentidas y envidiosas.

Inicié mi proceso académico dentro del penal. Hacía muchos años que no cogía un esfero y un cuaderno, y ha sido algo difícil para mí. Me siento torpe, como si me hablaran en chino. No ha sido fácil comenzar a estudiar, pero sé que lo necesito. Para cuando salga de aquí, ya seré una vieja. Los hombres ya no me mirarán con deseo ni con ganas, así que tendré que aprender un arte que me permita ganarme la vida dignamente y, sobre todo, hacer que mi hijo se sienta orgulloso de su madre.

Me decía que estudiaba toda la mañana y, por las tardes, realizaba los trabajos propios del penal. Recibía consejos de Francia y de Lola, quien era mi protectora dentro del lugar.

Sentía que Francia, cada día, desfallecía más por el abandono de su hija. Trataba de ayudarla, pero mis palabras no encontraban eco en su corazón roto y adolorido. Por momentos, llegaba a sentir que lo único que ella quería era morir. Guillermo, aquí lo único que puedo contarte son cosas dolorosas, tragedias de vidas de muchas mujeres.

En esa carta, me contó que pronto su hija cumpliría quince años, y ella no estaría allí. Había escuchado que en el penal iban a hacer una celebración colectiva para las hijas de las reclusas que cumplían quince años.

Con Lola y otras reclusas, nos dimos a la tarea de contactar a Fredy. Logramos llamarlo y buscamos la manera de que su hermana Ana María visitará a su madre en el penal.

Por esos días, estaba muy ocupada entre los estudios y organizando que la hija de Francia viniera. Logré hablar con ella en dos ocasiones, y al final accedió a visitar el penal. Me pidió que hablara con ella antes de encontrarse con su madre. Ese día llegó una jovencita de cabello largo, blanca, con una cara muy bonita. Ella era Ana María.

Se sentó en el cubículo donde colgaba un teléfono. Un vidrio transparente nos separaba, impidiendo cualquier contacto. Con una voz dulce me dijo:

—¿Tú eres Tatiana?
—Sí.
—¿Eres colombiana?
—Sí —respondí.
—Me gusta cómo hablas.
—Gracias, nena.

Su voz era entre ronca y fuerte, con un marcado acento mexicano. Le expliqué por qué la había invitado: en el penal estaban organizando una fiesta para las quinceañeras, y su madre quería que ella participara. No mostró mucho interés, pero preguntó por Francia. Le conté que pensaba mucho en ella y siempre hablaba de su hija.

De inmediato, una lágrima rodó por su mejilla. Ese día hablamos de muchas cosas. Le conté mi tragedia en México y cómo había terminado en la cárcel. Sentí una conexión profunda con ella, y parece que ella también la sintió conmigo. Quedó en pensarlo y prometió volver a visitarme.

Al otro lado del reclusorio, me esperaban Francia y Lola, impacientes por saber qué había pasado. Tan pronto llegué, Lola exclamó:

—¡Desembuche, güerita, qué traes!

Les conté con lujo de detalles toda la conversación. Al final, Francia me abrazó fuertemente, y las tres nos abrazamos, contentas.

 

Quinta Carta
Agosto de 2005

Hola, Guille:

Te cuento que inicié mis estudios con mucha emoción, pero me ha ido fatal. He reprobado hasta el recreo. La licenciada me dice que me esfuerce más, que con constancia lo lograré, pero ahí voy, a trancas y mochas, tratando de hacer este sacrificio.

Todo esto me ha deprimido. Francia, ahora, anda de mejor ánimo y me ayuda dándome consejos y palabras de fortaleza. Aquí es como una montaña rusa de emociones: subes, bajas, y vuelves a empezar.

Extraño cada día más a mi hijo. No hay día que no lo piense. Hay noches en las que me despierto escuchando su llanto, y me angustio. Pero el solo hecho de saber que está contigo me tranquiliza.

Espero con ansias que estas cartas lleguen a tus manos y que me puedas ayudar, porque eres mi única esperanza en este infierno en el que me metí. Sé que con tu buen corazón me ayudarás, bebé. Y si no lo haces por mí, hazlo por nuestro hijo.

Realmente, eran tristes sus cartas. Las terminé de leer y continué con mis labores dentro de la clínica.

 

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